
Sí y no. Quizá muchos opinen que no son tiempos para esta clase de lectura. No tuve elección: hace unos días, no muchos, después de citar a Oliver Sacks en una reseña, revisando sus libros en mis registros, caí en cuenta que no había catalogado “Gratitud”, un pequeño, pero inolvidable libro del entrañable escritor. No estar catalogado significaba que lo tenía extraviado, pero me sentía tranquilo, con la seguridad que estaba en casa.
El caso es que olvidé que lo tenía extraviado y que tenía que ponerme a buscarlo, y por esas cosas extrañas de la vida, la tarde de ayer, hurgando sin razón alguna en los pequeños estantes de mi “Secreter”, en el fondo de uno de ellos, me lo encontré. Me emocionó, la verdad. Lo había leído el 14 de mayo del 2016, y el impulso para releerlo fue muy fuerte como para atajarlo.
Oliver Sacks (1933-2015) fue un reputado neurólogo y gran divulgador de su ciencia gracias a los libros que publicó. El mas “conocido” es “Despertares”, que se trasladó a la pantalla cinematográfica en una aclamada película protagonizada por Robin Williams. Algunas otras obras fueron: “Migraña”, “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, “Alucinaciones” y su autobiografía “En movimiento”.
En “Gratitud”, cuatro pequeños ensayos que Sacks escribió en sus últimos dos años de vida, nos habla de la vejez, la enfermedad y la muerte a su estilo: con una prosa exquisita, una entereza envidiable y con una sutileza que nos consuela, a pesar de la trascendencia y la gravedad de lo narrado.
“Gratitud” es un libro que se tiene que tener a la mano. Yo lo tuve frente a mis ojos, cerca aunque encubierto, y hoy que me reencontré con él y lo releí, cuatro años después y en una situación excepcional, experimenté una sincera y profunda gratitud hacia Oliver Sacks por haberlo escrito.
Con “Gratitud”, Oliver nos ofreció un valioso regalo como despedida a sus lectores que lo acompañamos durante años, manteniendo una relación entrañable e inolvidable, como son las que se crean con autores tan grandes como admirados. Maria Popova, una joven crítica literaria escribió que “Gratitud” es una lectura agridulce, pero absolutamente bella de principio a fin.