“Un grito de amor desde el centro del mundo”, de Kyoichi Katayama

¿Leer una novela sobre el amor de dos adolescentes será una señal de que cada día me adentro más a la vejez, o mas bien que el sobrino más cursi que ha existido sobre la faz de la tierra me ha contagiado de ese azucarado comportamiento? O, ¿quizá me infecté por tanto festejo a Benito Pérez Galdós, y quise constatar si “Un grito de amor desde el centro del mundo” guardaba algún parecido con alguna de sus obras, como “La desheredada” o “El amigo manso”?

Terminada la novela de Michael Connelly “Luz perdida”, acomodando el libro en su lugar, descubrí, aplastado por el peso de varios volúmenes de la obra de Connelly, un delgado tomo de Alfaguara en un lugar que no le correspondía. Lo rescaté, y mientras le buscaba su lugar, le di una mirada, y aquí estoy, platicando sobre la novela de un autor japonés que no conocía y que en estos tiempos recios, su lectura no me cayó nada mal.

La portada de “Un grito de amor desde el centro del mundo” menciona que mi edición es la segunda, y que la primera vendió 15 mil ejemplares en español, porque la contraportada habla que la historia de amor de Sakutarô y Aki “ha enamorado a millones de lectores”. Su autor, Kyoichi Katayama (1959) ha publicado varias novelas, pero de acuerdo a la solapa del libro, “Un grito…” le representó su consagración, y además, algo de dinero, pues vendió 3.5 millones de ejemplares en Japón.

“Un grito de amor desde el centro del mundo” nos cuenta la historia de la relación de Sakutarò y Aki, que inicia desde la escuela elemental y concluye con la dolorosa muerte de Aki antes de cumplir los 18. No se enojen, no es espoiler, pues desde la primera página nos enteramos de que va la historia.

Por eso, no siento que traiciono su confianza al comentarles que la historia me pareció la interpretación japonesa siglo XXI de aquella novela que arrasó en los 70´s del XX: “Love Story”, de Erich Segal, y cuya versión cinematográfica la protagonizaron Ali MacGraw y Ryan O´Neal (se las recomiendo, la volví a ver el año pasado y faltaron pañuelos desechables para contener el llanto).

Dicho lo anterior ya solo me resta comentarles que la novela se deja leer, que su prosa fluye suavemente como casi todas las traducciones del japonés que he leído, que no contiene excesos filosóficos, oníricos o simbólicos, tan del gusto nipón, que no me aburrí, pues es tan corta (192 páginas) que ni oportunidad te da; que es narrada en primera persona por Sakutarô, y que sí, se me humedecieron los ojos cuando menos en tres ocasiones, lo que no me apena, pues no lloré a moco tendido.
A %d blogueros les gusta esto: