“Black, black, black”, de Marta Sanz

No sé si fue producto del encierro, o causa de la novela, pero batallé un resto para concentrarme en esta propuesta de la autora española Marta Sanz, de la que solo había leído “Farándula”, una historia que, de acuerdo a lo que escribí en enero del 2016: “Me gustó. Me costó leerla porque lo hice durante la primera semana en el ..…”. Farándula la leí durante el inicio de un proyecto relevante en aquel entonces; “Black, black, black”, durante los días iniciales de la pandemia, así que pretextos existen.

Ya terminada la novela, comprendí que se requiere estar en cierta disposición para enfrascarte en desentrañar el ejercicio literario que Marta Sanz decidió utilizar para escribirla, porque la verdad, esperaba leer una novela policiaca tradicional, clásica, con un crimen, un detective, un escenario, varios sospechosos para ser el primero en arribar a la escena del crimen y colaborar con Arturo Zarco a descifrar las claves del homicidio.

Y el relato inició bien: familiares de la víctima, detective, asesinato sin resolver, cuerpo policial inepto; varios sospechosos, todos, vecinos de la perjudicada, en un edificio medio tétrico ubicado en el centro de Madrid; andábamos pues, entretenidos en la lectura, que fluía al ritmo acostumbrado, cuándo de repente y sin decir agua va, la autora decidió ponerse a jugar con nosotros, sus fieles lectores, provocando una especie de desbarre.

Vayamos por partes para no confundirlos con esta pequeña reseña: Arturo Zarco es un detective privado que me cayó bien. En los cuarenta, gay y divorciado de Paula, es contratado por los padres de Cristina Esquivel para encontrar al que la asesinó un año atrás, pues la policía madrileña no muestra interés en resolver el homicidio. El sospechoso principal es el marido de Cristina, un albañil marroquí qué dio el braguetazo al casarse con una médica geriatra con padres pudientes. Zarco inicia la investigación interrogando a los vecinos de la víctima, que como siempre sucede cuando se vive en condominio, hay de todo tipo, edad, nivel económico, religión, preferencias políticas y sexuales; vaya pues, variada la fauna.

Cuando más entretenidos andábamos con los interrogatorios de Zarco, sus afanes para ligarse a Olmo -un joven vecino, entomólogo coleccionista de mariposas muertas-, y sus conversaciones con su ex Paula -no se sueltan el par-, la autora decide dar un giro en la narrativa, y nos enjareta el diario de Luz, la madre de Olmo; resentimos el desvío, pero, ya encarrilados, nos decidimos por conocer las intimidades de la señora, continuando, a pesar de nuestras dudas, por puro morbo, con la lectura, porque estimados amigos, con el viraje meta literario de 360 grados, Marta Sanz nos reta, nos provoca, nos desafía a que sigamos, y en mi caso -allá ustedes decidirán que hacer- acepté el reto, y me sumergí en la lectura de la fascinante historia del día a día de Luz, dudando -a Marta Sanz ya me cuesta creerle- de lo narrado, conscientes de que estamos en un juego donde encontrar al asesino, ya no es la prioridad.

En la tercera y última parte de la historia, para encendernos la luz, regresa Paula, la ex de Zarco y se poner a enderezar los entuertos que dejó el detective, a encordonar los cabos sueltos, a concluir la encomienda de los Esquivel, a culminar el juego de la Sanz con nosotros, que a estas alturas, nos encontramos totalmente seducidos por los recursos que utilizó; por esa prosa que trazó magistralmente ambientes, olores, emociones, en una falsa novela negra, que te podrá -si decides leerla- gustar o no, pero a la que no le puedes escatimar el valor de la innovación, de la propuesta novedosa, que termina en una lectura intrigante, inteligente, compleja, pero entretenida. Y al final, en esta época de pandemia, distraerse, olvidarse de lo que se nos viene encima, se agradece, ¿no lo creen así, estimados lectores?
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