“Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Shelley

Casi terminamos enero del 2020 con la lectura de una novela que se publicó por primera vez en 1818, y que, 202 años después, se sigue leyendo, colocándolo en algunas listas, como un clásico de la literatura: “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de la escritora inglesa Mary W. Shelley (1797-1851), que la escribió “siendo una chiquilla de 19 años y que nunca jamás volvería a escribir con tanta rapidez, calidad, buen resultado o audacia..”, anotaba el maestro Stephen King en “Danza Macabra”, su genial libro de ensayos.

La versión que yo leí es la tercera, que Shelley publicó en 1831, en una edición de Austral, traducida por José C. Vales y que incluye una introducción de la propia autora, donde da respuesta a una pregunta que le hacían muy a menudo: «¿cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrollar una idea tan espantosa?”.

Escribía Stephen King en su “Danza Macabra” que Frankenstein es la novela menos leída entre un trío de clásicas del género fantástico, que incluye a “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hayde” y “Drácula”, y debo confesar que, aunque soy un adicto a la literatura del Sr. King, no había leído ninguna de las tres, hasta ahora que me decidí a leer a la bi centenaria.

Se supone que debo presentar un pequeño resumen de la obra, aunque sospecho que, gracias a las decenas de versiones cinematográficas que se han producido, puede parecer una ociosidad; pero se vale considerar que habrá más de uno que como yo, solo conocía sobre el monstruo de la Shelley de oídas o vistas, así que trataré de hacerlo de manera breve.

Nuestro moderno Prometeo, Victor Frankenstein, obsesionado en su papel de dador de vida, crea, con partes de cadáveres recolectados por doquier, un esperpento más feo que Charles Bukowski en una mañana de cruda, y justo cuando su maniática actividad rinde frutos, enciende la chispa de la vida de su prodigio, y huye despavorido, dejando en la orfandad al producto de sus desvelos. El resto de la historia trata sobre la venganza que ejerce su engendro, que pasa por el asesinato de su hermano, su mejor amigo y su mujer -en plena noche de bodas- y la muerte prematura de su padre, víctima de tantas fatalidades producidas por la creación del fruto de sus entrañas. Harto de estar harto que ya se cansó, Don Victor Frankenstein, lo persigue por todos los confines del universo hasta que al final, ta ta ta ta.

Durante toda la lectura, pero sobre todo cuando llegué al final, solo tenía una pregunta en mi mente: ¿cómo es posible que un cuento tan mediocre, haya calado tanto y durante tanto tiempo en el universo literario? Porque ni siquiera está magistralmente escrito. La prosa de Mary Shelley no da para tanto: no te provoca miedo, ansiedad, asombro, ni desasosiego alguno. Al contrario: cuando lees los diálogos del aborto de Don Victor, te cagas, pero de risa, porque no está usted para saberlo, ni yo para contárselo, pero el endriago se expresa como legislador tirando rollo en la más alta tribuna del H. Congreso Federal.

Stephen King conjetura que su fama se debe al cine: “De modo que, cuando uno se pregunta quién o qué convirtió al articulado monstruo de Mary Shelley,.., en un arquetipo pop, las películas es una respuesta perfectamente adecuada.”. Leí por algún lado que Guillermo del Toro comentó que “Frankenstein” es una lectura que se debe dar en la adolescencia. Vale, yo a punto de cumplir 63 dejé pasar la oportunidad de haberla leído hace 5 décadas, y quizá por eso, la novela no me gustó nada de nada, por mas best seller que ésta sea. Mi estimada Sra. Shelley: la idea era espantosa, y su realización, me parece que, igual.

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