Creo que a los lectores nos gusta leer libros que tratan sobre los libros. Yo compro en automático cualquiera que contenga en su título palabras como biblioteca, lector, librería, novela, librero, lectura, bibliófilo, etcétera. He leído decenas de libros sobre el tema.
No recuerdo como me enteré del texto de Stefan Zweig que hoy nos ocupa, pero sí me acuerdo que inmediatamente me di a la tarea de buscarlo; estaba agotado, así utilicé la opción que algunas librerías online tiene para avisar a sus clientes cuando el libro de su interés esté de nuevo disponible. Tres o cuatro meses después de la búsqueda, lo pude adquirir, en una bella y cuidada edición -como nos tiene acostumbrado- de Acantilado, casa editorial catalana que ha publicado en español casi toda la obra del autor austrohúngaro.
Stefan Zweig (1881-1942) fue en vida un escritor popular. Su obra como biógrafo, ensayista, novelista , poeta y dramaturgo es extensa y relevante. Yo lo conocí por las excelentes biografías sobre María Antonieta y María Estuardo que le publicó Acantilado, y tengo como tarea pendiente sumergirme en algunas de sus novelas. Por lo pronto, el pequeño relato “Mendel el de los libros”, me encantó.
El texto -escrito en 1929- es narrado por un cliente de nuestro protagonista, Jakob Mendel, un librero ambulante con una memoria enciclopédica cuando se trataba de libros, y que atendía a su parroquia en una mesa rinconera en el café vienes “Gluck”, cuyo propietario -el señor Standhartner- lo admiraba y se sentía orgulloso de tenerlo en su local, pues Mendel atraía una refinada clientela, que terminaba consumiendo algo del menú de la cafetería.
Mendel atendió en su mesa durante más de 25 años, hasta que la primera guerra mundial lo alejó durante los años que permaneció encarcelado en un campo de concentración por un delicado malentendido provocado por la abulia, la displicencia extrema que le producía todo lo que no tenía que ver con sus amados libros. En su regreso al café, ya nada fue igual. El “Gluck” había cambiado de manos, y al nuevo propietario, poco le interesaban los talentos de excéntrico librero, y su clientela, que durante su confinamiento y por la guerra, había disminuido sensiblemente.
Historia conmovedora que te atrapa. Escrita con una prosa elegante, con gran sensibilidad y afecto, Zweig nos transmite en pocas páginas el amor obsesivo hacia los libros del para mi, ya inolvidable personaje Jakob Mendel, y que nos enseña que “los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.”