Los libros de relatos, cuentos o ficción corta no se me dan muy fácil, porque tiendo a no terminarlos. pues en ocasiones, entre cuento y cuento, por mi voracidad y dispersión como lector, permito que se me atraviese una novela, luego otra, y luego otra más, y para cuando me doy cuenta, dejé olvidado el libro de cuentos, sin otra razón salvo que lo solté (¿me soltó?) un tiempo suficiente para clavarme en otros textos, principalmente novela.
Con “Tristeza de los cítricos” no me sucedió. Historia tras historia, de la primera al décima, las fui leyendo, atrapado sin salida, enfrascado sin respiro en cada uno de las tramas, concentrado, enfocado, disfrutando.
De Blum había comentado dos de sus novelas: “Pandora” y “El monstruo pentápodo” publicadas por TusQuets Editores. Protagonizadas por psicópatas sometidos por sus parafilias, son historias de abuso y violencia: en la primera, Pandora, presa de rechazo social y familiar, se doblega a los deseos de Gerardo; en la segunda, aparece Raymundo, un depredador en búsqueda de niñas, donde Blum mostró su enorme talento y nos enfrentó a una parte muy oscura de nuestra sociedad, que en casos como el de Marcial Mariel, fue exhibida, al conocerse cómo, a pesar de las denuncias, optó por cerrar los ojos y permitir el abuso de cientos de niños.
Blum tiene facilidad para construir monstruos, generadores de pesadillas, producidas por lo que provocan en sus víctimas, mas que por su físico: lo monstruoso no está en ellos, sino en lo que hacen, y la “Tristeza de los cítricos” es un escaparate que permite asomarnos y recorrer el nivel de crueldad que podemos alcanzar.
Un padre abusando de su hija (“Luz de mi vida, fuego de mis entrañas”), un Z violando y ejecutando a una integrante del cartel rival («Picota”), un psicópata persiguiendo, secuestrando y torturando a una joven y atractiva empresaria (“Una novia para Kafka»), un violador sometiendo a una mujer camino a una cita clandestina (“Desnuda como un sándwich de carne”), y hasta un fracaso de poeta, pero experto en seducir para ser mantenido por sus víctimas (“Madriguera”) son algunas de las historias que nos narra Blum en “Tristeza de cítricos».
La tragedia y el pesimismo campea por los relatos de Blum; también la certeza, la triste certidumbre de que cualquier mujer, en cualquier momento, puede enfrentarse a la violencia física, psicológica, familiar, sexual, laboral. La lóbrega realidad mexicana está firmemente insertada en las historias de Liliana: terror, fatalidad, violencia, tristeza, inseguridad, escritas con una prosa cuidada, diferentes voces narrativas, y un lenguaje crudo, medido, justo.
Durante la lectura de “Tristeza de los cítricos” me preguntaba sobre las razones de Liliana Blum para elegir sus temas; ¿estarán afectados por su ideología, sus experiencias, el entorno o sus lecturas? Y entendí que era irrelevante. Cada texto de “Tristeza de cítricos” esconde una lección, a pesar de que esa no sea la intención de la autora. La fuerza de los hechos que narra me bastaron y confirmaron que en Liliana Blum hay una gran escritora.