
A Arturo Pérez-Reverte, al polemista, al controversial intelectual español, lo puedes odiar o amar. Aquí yo vengo a platicarte sobre sus novelas, no sobre sus Twittees, sus columnas ni sus decires. Aclaro porque cuando platiqué sobre “Línea de fuego”, más de una, y uno que otro, se engancharon con temáticas ajenas a la novela.
Cuando publico sobre libros en el grupo, trato de hacerlo como si platicara con amigas y amigos alrededor de la parrilla, durante una tarde sabatina de fútbol, cerveza y carne asada. Aquí se supone que somos lectores, y los que aman los libros y disfrutan de la lectura los considero camaradas, compañeras, así que los invito a comentar, aportar y debatir sobre “El italiano” o las novelas de Pérez-Reverte, pero por favor, centrémonos en los libros y lecturas.
A Pérez-Reverte lo conocí en 1996, con “La piel de tambor”, que era su octava novela. Su impacto me llevó a buscar otras novelas, y conforme las encontraba, me ponía al corriente. Desde entonces le guardo fidelidad, aunque confieso que la saga de Alatriste, por ejemplo, no la terminé. Tampoco me atrajo “Sidi”, el relato sobre El Cid, resabios, quizá, de una lectura obligada en la secundaria de mi adolescencia. En fin, hablemos de “El italiano”
La historia ocurre entre 1942 y 1943, ambientada en la Bahía de Algeciras española y el Peñón de Gibraltar en posesión de los ingleses, una bahía donde La Línea entre la zona española y la inglesa sufría la transmigración diaria de ciudadanos, marinos, soldados, espías y saboteadores. Tiempos de guerra, tiempos de héroes y villanos, tiempos en que un grupo de buzos italianos hundieron o destruyeron 14 barcos aliados.
Una mañana, muy de madrugada, mientras paseaba por la playa con Argos, su perro, Elena Arbués se encuentra con un hombre desvanecido, vestido de “caucho negro mojado y reluciente”, sangrando por la nariz y los oídos. Elena, de 27 años, viuda, propietaria de la librería “Circe”, más “alta que la media, … delgada, normal, con cierta clase”, atractiva pero no llamativamente guapa, lectora de los clásicos griegos, quien se decide por llevar al hombre hasta su casa para socorrerlo antes de avisar a las autoridades.
Hurgando en los bolsillos, Elena conoce su nombre, Teseo Lombardo y su rango, 2o Capo Regia Marina y supone que durante esa noche, participó en el ataque al barco que había estado ardiendo toda la madrugada en la embocadura del puerto del peñón, frente a su casa. Y cuando el hombre, recuperando brevemente el sentido, le expresa una petición, acompañada por un número telefónico, Elena intuye que al concedérsela, cambiará su vida.
Apasionante historia, que salta en el tiempo y en el espacio, pues conforme avanzamos en la lectura, caemos en cuenta que ¿encaramos?… gozamos, más bien, dos partes de una misma historia: La aventura de Elena Arbués, la joven librera que cree ver en Teseo Lombardo, 2º Capo Regia Marina, un Ulises salido del mar; y el relato de un novelista, que investiga, escribe y nos cuenta, muchos años después, los acontecimientos que ocurrieron durante esos días en la bahía de Algeciras.
Para resolver el reto narrativo, Pérez-Reverte utiliza con oficio un recurso que recuerdo haberlo percibido en “Hombres buenos”. En “El italiano”, mezclada la realidad histórica con la ficción, Pérez-Reverte enhebra finamente la historia, utilizando un narrador en tercera persona para relatar la trama de Elena y el grupo de buzos de élite Orsa Maggiore, y otro en primera -trasunto literario del autor-, un periodista/novelista que nos va contando la historia sobre la confección del libro, sin que nos perturbe, vale comentarlo, tales artificios en la lectura.
Afortunada amalgama de historia-periodismo-literatura; “El italiano” es una novela, más de intrigas, amor y mar, que de guerra; con un personaje femenino -Elena Arbués, atrevida, estoica, aventurera- que se roba la ¨película”, dejándole a los personajes secundarios, como el mismo Teseo, un tipo atractivo, sencillo que no simplón, honesto, limpio (“hasta su sudor olía a limpio”, decía Ella), y sus compañeros: el sottocapo Gennaro Squarcialupo, y el teniente de navío Lauro Mazzantini, jefe del grupo Orsa Maggiore, los papeles de héroes atípicos.
Historia sencilla y con final feliz, sí, predecible desde el inicio, pero que a la vez, te engancha, porque lo que quieres es conocer cómo se llegó a la consumación; “El italiano” entretiene, ilustra, deleita y enseña. Ideal para un fin de semana largo, como el que se avecina. ¡Te leo!