“David Copperfield”, de Charles Dickens

He reflexionado durante la lectura de esta maravillosa novela de Dickens sobre lo que podría comentarte acerca de ella. No resulta fácil la tarea de resumir, en unas cuantas palabras, una obra que abarca la vida misma. Son tantas las impresiones, las sensaciones, sentimientos, emociones que me provocó “David Copperfield”, que no tengo claro cómo iniciar ni concluir este texto.

David Copperfield es el octavo libro escrito por Charles Dickens, del género «novela de aprendizaje», narrada por su protagonista, quien detalla sus aventuras en su viaje de la infancia a la madurez. Fue publicada por entregas entre 1849 y 1850, y en forma de libro en 1850. Mi edición roza las 1,200 páginas, y debo de decirte que lo único que me pesó, fue cargar al “tocho” de 1.211 Kgs. durante la absorbente lectura y a través de mi viaje redondo MTY-MZT-MTY.

De Dickens había leído “Oliver Twist”, en abril de 1985, y hace relativamente poco, en enero del 2020, durante otro viaje a Mazatlán, “Grandes esperanzas”. Me gustó tanto la historia de Philip Pirrip, que me animé a repetir la experiencia de sumergirme en otra “novela de aprendizaje” de Dickens, esta, sobre la historia de David Copperfield, y de casi el doble de extensión.

Me apena, tengo que decirte, que siento un tenue pero persistente dolor por no haber conocido a Dickens de niño. Lector precoz y voraz, de los 5 a los 10, 12 años, leí desde Corazón, de Amicis, hasta “Las aventuras de Tom Sawyer”, de Mark Twain. Leía mucho, todo lo que tuviera a mi alcance.

Nunca es tarde para leer a un clásico, pero leyéndolo hoy, pienso, imagino en lo que lo hubiera gozado a esa edad, época cuando me engolosinaba con las novelas condensadas de Selecciones de Readers Digest, de las que teníamos en casa una buena cantidad, o con su maravillosa colección de “Libros eternos para la juventud”.

La novela inicia en la Inglaterra de la segunda década del siglo XIX y trata de la vida de David de la infancia a la madurez; narrada en primera persona por el protagonista, inicia el relato con sus recuerdos “de oídas” sobre su nacimiento, su primera infancia, con su madre Clara, y Peggotty, su nana; narra como es expuesto desde los diez años a una serie de adversidades: la pérdida muy temprana de padre, madre y familia, por tanto, de su hogar.

Sometido a maltratos físicos y psicológicos y castigos severos, por su padrastro Edward Murdstone y su hermana Jane, es obligado a ingresar a esa temprana edad al mercado laboral, donde la severidad, la insensibilidad y la disciplina férrea que le imponen, te estruja el corazón y te perturba a la vez que te subleva, como le ocurre a David, que se rebela y se lanza a la calle, a buscarse la vida.

David es rescatado por su maravillosa tía, Betsey Trotwood, personaje entrañable, quien lo incorpora a la vida familiar y escolar, con sus aspiraciones intactas, a pesar de las experiencias vividas, impermeable su alma y corazón, por su propia fortaleza, y por la intervención de personas bondadosas, a cualquier consecuencia dañina sobre sus cualidades humanas.

David ingresa a la escuela, donde es protegido por James Sterrforth, el mejor estudiante, con quien Copperfield forja una relación que traspasa en muchos momentos los límites de la amistad, para convertirse con el paso de los años, en una franca idolatría, hasta que el ególatra James, un muchacho que lo ha tenido todo y al que su madre todo le consiente, haciendo gala de su desconsideración, provoca la deshonra de la familia Peggotty, la de su niñera, que tanto cariño y protección brindó a David desde niño.

Conocemos de su relación con la familia Wickfield, formada por el Sr. Wickfield y su hija Agnes, en cuya casa, se alojaría Copperfield durante su educación, relación que será afectada de diversas maneras por el repugnante Urias Heep, quien intriga y conspira desde su “humilde” posición de empleado, para adueñarse de la voluntad y el patrimonio del Sr. Wickfield, un hombre profundamente perturbado por la prematura muerte de su esposa, la madre de Agnes.

El conflicto cardinal de la novela, son los encuentros y desencuentros de David con Urias Heep, su antagonista, hijo único de un sepulturero ya fallecido, que ha pasado con su madre por instituciones de beneficencia y arrastra consigo el resentimiento de esta vivencia, expresado sobre todo en la hipérbole, que repite a manera de estribillo: “soy muy humilde”, rencor que le engendra otras fijaciones y obsesiones, la más severa, contra David Copperfield.

La historia sigue a David hasta la edad adulta, y está animada por los personajes que entran, salen y reaparecen en su vida; personajes que te podrán parecer caricaturas estrambóticas y exageradas, pero esa pasión por la exuberancia y desmesura en los detalles, en sus excentricidades y en sus gestos, no hace que éstos te resulten menos creíbles, sino más bien al contrario: reconoces que son personajes de ficción, pero te resultan más reales e interesantes que cualquier persona en el mundo real, gracias al talento y la maestría de Dickens.

“David Copperfield” es novela autobiográfica, lección de vida, retrato de una comunidad, relato de formación, denuncia social; es un clásico que contiene un armonioso complejo de tramas, pobladas por una galería de personajes, donde el drama, la comicidad, el romanticismo, el realismo, la ironía y la sátira, la crueldad y la ternura, conservan un asombroso y magistral equilibrio.

Si llegaste hasta aquí, mi agradecimiento. Sé que si no tú, otros considerarán largo e irrelevante este texto, porque, ¿ qué más podría aportar a todo lo que se ha leído, visto y escuchado sobre David Copperfield y la obra de Charles Dickens? Poco. Sin embargo, te ofrezco mi recomendación: no dejes de leer, pero sobre todo de poner al alcance de tus hijos, a Charles Dickens. ¡Te leo!
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