
Dependiendo de la urgencia por leerlo, ya sea por el peso de una recomendación, o de la curiosidad, o la necesidad, salgo a buscarlo, por tierra -librerías- o aire -OnLine-; si no es urgente y tengo la certeza que tarde o temprano llegará (novedades de mis autores preferidos, éxitos en ventas, etc.), espero a que llegue a la librería; o quizá ocurra que por casualidad, me lo encuentre, y al verlo, recuerde alguna nota, comentario, o recomendación que almacené en el cerebro y me lo llevo; o la más común: que simplemente me hizo ojitos.
Es posible que encuentre en la librería un libro o un autor que lo tenía registrado, pero que al momento de verlo no logro extraer del disco duro cerebral la información guardada y me pase de frente, viendo sin ver. La memoria es caprichosa, y con la edad, bastante arbitraria.
No dudo que algo así me haya pasado con Selva, porque se me hace cañón que “No es un río” haya sido el primer libro de la argentina con que me haya encontrado en toda la vida. Bueno, no exageremos, digamos que desde el 2012, cuando publicó su primera novela “El viento que arrasa”. Haya sido como haya sido, el caso es que ahora sí fluyó el Karma: lo ví, recordé, me lo traje a casa, lo leí y me gustó mucho.
Selva Almada (1973) es una autora argentina que inició como poeta (“Mal de muñecas”, 2003) y empezó a sonar como novelista cuando publicó “El viento que arrasa”. En el 2014 publicó un libro de No Ficción “Chicas muertas” donde visibilizó tres femicidios, libro que la proyectó como feminista. “No es un río” es su tercera novela (a lo mejor si es la primera ocasión que un libro suyo llega a mi rancho). Mientras lo leía me enteré que la novela ingresó a la lista de las finalistas del IV Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. ¡Suerte!
Novela corta, que se lee en una sentada, “No es un río” cuenta la historia de tres amigos, El Negro, Enero y Eusebio, en un relato que fluye mientras los dos primeros, junto con el Tilo, hijo adolescente de Eusebio, pasan unos días pescando en “la isla”, viaje armado hacía rato, con el pretexto de estrenar el nuevo barco del Negro.
Durante las jornadas pesqueras, mientras comen, beben y conversan, cincuentones Enero y el Negro, comparten recuerdos, en una larga conversación, procurada, quizá, con la intención de que el Tilo penetre en las hondas raices que forjaron la amistad que sostuvieron con su padre, Eusebio, y que explican los fuertes y entrañables lazos que ahora los unen con el niño.
Ambientada en algún lugar al interior de la Argentina que no logré ubicar (¿Entre Ríos, el río Paraná?), donde se percibe la pobreza de sus habitantes, un incidente -Enero regresó al río, muerta, porque “Jedía fiero” una gran Raya, “una bicha hermosa” que habían pescado el día anterior”- provocó la molestia de Aguirre, un habitante de la isla, quien a pasado más tiempo en el río “que con nadie”.
Pronto corre la noticia entre los pobladores, que azuzados por Aguirre deciden darles una lección, “Hay que enseñarles” dice Aguirre. Y la novela se vuelve densa, tensa, oscura, mientras uno, como lector mexicano, va sumergiéndose en un universo conocido, poblado por ahogados, curanderos, hombres violentos, mujeres sin esperanzas; universo muy parecido al de nuestro campo, muy Rulfo.
Magistral novela corta, narrada en tercera persona, con un lenguaje lleno de expresiones (andar de guazuncho, sucucho, chúcara, chucean, tanzas, el paspado) que sentía ajenas a mis experiencias con la literatura argentina, pero atractivo y sonoro; utilizando una prosa muy condensada, intensa, casi sin pausas, armada con diálogos cortos, dosificados, llenos de silencios, muy secos, como desolados y rústicos son los personajes, “No es un río” no me defraudó, y su lectura me invitó, ahora sí, a buscar las otras dos novelas de Selva Almada. ¡Te leo!