
Publicada en español en el 2004, me pasó de largo el revuelo que provocó su llegada a las librerías, posiblemente porque Salamandra, la casa editorial catalana, poseedora de los derechos sobre la obra de Nèmirovsky, no llegaba fácilmente a México en aquellos años.
En fin, haya sido como haya sucedido, no había leído nada de la autora ucraniana, y fue gracias a Rafael, un librero que se la vive quejando, frustrado, porque según él, libro que me recomienda, o ya lo compré o ya lo leí; un día de diciembre, se me acercó tímido y dubitativo, preguntándome si había leído algo de Irène Nèmirovsky.
Apenas escuchó la negativa, desapareció un momento, para regresar victorioso, orgulloso y jubiloso, con el tomo en la mano, recomendándome “Suite francesa” como la gran novela que resultó ser. Obviamente la compré, y la dejé cerca para leerla en la primera oportunidad. Después de la apasionante, sobrecogedora, y conmovedora experiencia, no me queda más que agradecerle a Rafael su recomendación.
Iréne Nèmirovsky (1903-1942) alcanzó muy joven el reconocimiento como una de las mejores autoras de Francia. En 1929, con la publicación de su primera novela “David Golder”, inició una brillante carrera literaria, que terminó prematura y trágicamente cuando fue deportada a Auschwitz y asesinada junto con su marido. Sobrevivieron sus dos hijas, que sesenta años después encontraron, en una maleta que le perteneció a su madre, el manuscrito de “Suite francesa”. En el prólogo de mi edición, se cuenta esta fascinante y extraordinaria historia editorial.
Dividida en dos partes (el proyecto de Iréne era de seis), la novela inicia en el verano de 1940 con la invasión nazi a Francia. En la primera, Iréne nos narra la huida despavorida de parte la población parisina hacía la nada, un éxodo de almas pérdidas en búsqueda de la salvación; con una visión mordaz e irónica, Iréne utiliza un grupo variopinto de personajes, algunos de ellos, capaces de lo inimaginable para conservar no solo la vida, sino su estatus social y sus posesiones.
Los Pèricand, de acentuada raigambre burguesa y católica; Los Michaud, ella secretaria, él contable, ambos empleados del mismo Banco; el señor Corbin mandamás del Banco, con su amante Arlette Corial, y su segundo, el conde de Furières; el ególatra escritor Gabriel Corte y su amante oficial, Florence; Charles Lengelet, coleccionista de porcelanas; todos huyendo, a pie, en bicicleta, en automóvil, en carretones; y en la fuga, conformando un relato tan potente y serio, como aterrador y conmovedor acerca del colosal desastre: el desmoronamiento de la orgullosa Francia, la humillación de ver un Paris arrodillado.
La segunda parte, titulada Dolce, inicia un año después y se ubica en la pequeña comunidad francesa de Bussy, donde nos presenta un caleidoscopio sobre la ocupación: una exhibición del clima moral, de los comportamientos, la conducta, las respuestas, los sentimientos y las diferentes actitudes de los pobladores frente a los conquistadores. Sometidos, llenos de odio y violencia contenida, pero a la vez, terreno fértil y propicio para la nobleza, la solidaridad, la amistad, los amores imposibles, los romances inesperados.
Lucile, esposa de Gastón Angellier, prisionero de guerra, quien vive con su suegra, una mujer burguesa, pretenciosa, y muy susceptible por la ausencia del hijo; Madeleine, campesina como su marido, casada con Benoît, ex soldado francés de regreso al pueblo; ambas, compartiendo la adversidad, tienen que hospedar a Bruno y a Kurt, jóvenes oficiales alemanes, de opuestos comportamientos, cosechando, ellas, sin buscarlo, quererlo ni desearlo, conflictos, celos, resentimientos, murmuraciones y rechazos por doquier.
¡Extraordinaria novela! Una amarga, lúcida y dolida mirada del vencido, escrita, además, mientras ocurrían los sucesos narrados. No puedes evitarlo: mientras lees, piensas conmovido -sobre todo después de leer el prólogo- que un año después de escribir “Suite francesa”, la autora, que percibía su muerte, sería asesinada en el terrible campo de exterminio judío.
Abierta crítica al colaboracionismo, producto del egoísmo y la ausencia de civismo; a una sociedad indolente, sin visión ni misión más allá de la de conservación de privilegios. Novela testimonial, que cubre múltiples historias, relatadas con eficacia por un narrador mudo, que no valora, ni juzga, ni opina, solo retrata; ambientadas minuciosamente en una Francia humillada, vencida y lastimada. “Suite francesa” es, sin duda, una lectura imprescindible.¡Te leo!