
Ví por ahí la portada; algo había leído sobre él. Recuerdo que tomé nota mental, y pienso que incluso lo busqué sin hallarlo, hasta que apareció en la famosa Lista de El País como uno de los mejores libros de este nefasto 2020; después, me enteré que había sido galardonada en la virtual FIL de Guadalajara con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, así que me puse a buscarlo y encontré una edición editada por TusQuets Argentina e impresa en Colombia.
La verdad no tenía idea, o no recordaba el tema, pero sí el titulo y la portada, que vistos desde el ordenador, pierde el detalle. “Las malas” montando a pelo un caballo, por una calle sin asfaltar, me desencadenaban diversas conjeturas. Cuando inicié la lectura, caí en cuenta que ninguna de ellas se acercó ni un poco a su temática.
El travestismo, como expresión de identidad o de género es tan poco conocido y/o discutido, que mi procesador de textos (Pages, de Apple), no me reconoció la palabra (usé la opción “aprender palabra”). La mayoría de las personas hemos contemplado un espectáculo donde actores o cómicos, disfrazados de mujer, ejecutan sus rutinas, pero pocos saben que para los travestis -hombres y mujeres-, es la manera de expresar su género y no, ocultos anhelos por divertir a cualquiera.
Camila Sosa Villada (1982), es actriz y escritora. Con estudios universitarios en Comunicación y Dramaturgia, ha trabajado en Cine, Televisión y Teatro. Ha publicado un libro de poemas (“La novia de Sandro”, 2015) y otro de ensayo autobiográfico (“El viaje inútil”, 2018). Canta en bares y en alguna etapa apurada de su vida, ejerció la prostitución.
“Las malas” puede ser crónica, autobiografía, autoficción o novela de no ficción, la verdad, no es relevante el género sino lo que cuenta y cómo lo hace: la dura historia de Camila, “el niño afeminado que no cedió a los cintarazos, al castigo, a los gritos y cachetadas que intentaban remediar semejante espanto. El espanto del hijo puto. Y mucho peor: el puto convertido en travesti. Ese espanto, el peor de todos”.
Porque la lectura sacude; la historia que nos cuenta Camila es cruel, desalmada, bárbara, desgarradora y triste. Con un padre alcohólico y violento, que con cualquier excusa se encabrona y empieza a tirar golpes a madre, hijo o quimera; y con una madre, que solo llora y llora, porque esa vida de infidelidades, de maltrato físico y psicológico, con un niño raro, no coincidía con la fantasía que se había forjado sobre como sería su vida, no puedes esperar más que dolor en la vida de Camila.
Camila escapa de su prisión, y huye hacia Cordoba; ingresa a la Universidad, vive una doble vida -estudiante afeminado, pero varón de día, prostituta travesti de noche-, mientras busca su lugar en el mundo. Un día, explorando, escudriñando por los alrededores del Parque Sarmiento, encuentra a su familia, un variopinto grupo de seres humanos como ella, una comunidad donde encontró solidaridad, afecto y respeto.
La Natalí, Las Cuervas, María la muda, la melancólica Sandra, Machi La Travesti, y la guía, madre putativa, protectora de todas, la Tía Encarna, la creadora y responsable de mantener una red de protección a la que todas se acogen, buscando sobrevivir a las inclemencias consustanciales al oficio de la prostitución.
Seres nocturnos, porque quieren evitar que los rayos del Sol desnuden sus rasgos de varón que no son, que no se sienten; buscando evitar en la oscuridad de la noche, el rechazo, el desprecio, las miradas de odio que las señalan y avergüenzan, origen de su resentimiento y amargura; clan integrado por un conjunto de potentes personajes, a los que Camila los atiborró de fuerza, dulzura, vigor, bondad, miedo y aflicción.
Historia narrada en primera persona, contada con una descarnada, pero poética prosa, que parece escrita por una autora que domina como maestra los recursos literarios indispensables para crear una obra de indudable e indiscutible calidad literaria, que se las recomiendo a rabiar, porque “Las Malas” trasmiten rabia, dolor, resentimiento, pero a la vez amor, solidaridad, afecto y comprensión.