
Virginia Woolf era, es todavía, uno de mis grandes déficits como lector. No sé sí le pasa a todos, pero cuando vas acumulando libros de un mismo autor, sin leer ninguno, llega un momento en que te preguntas sobre el obstáculo que te lo impide.
En mi caso, quizá merodeaban por mi mente vagas referencias sobre la naturaleza intimista, introspectiva, psicológica de sus novelas. Sin embargo, no creo que esas características me intimiden al punto de negarme a considerar su lectura. En fin, no importa la razón; afortunadamente, cualquiera que haya sido el impedimento, el muro, con “Al faro” empieza a ser demolido.
Virginia Woolf (1882-1941), británica, autora de novelas, cuentos, ensayos, diarios, libros de viaje y hasta piezas teatrales; vanguardista y feminista, obtuvo reconocimiento literario en vida, y consecuencia de su bipolaridad, tuvo una trágica muerte. Imposible de olvidar la escenificación de su suicidio, protagonizada por Nicole Kidman en “Las horas”.
Y sí, “Al faro” es una novela de corte intimista, donde todo ocurre en la mente de los protagonistas, mientras la vida transcurre plácidamente alrededor, sugiriendo que ahí no sucede nada; que no hay trama, y sin trama, mucho menos drama. Todo es sensación, percepción, sentimientos y pensamientos, en la conciencia de los personajes y en la tuya.
“Al faro” se ubica en las Hébridas (Archipiélago en la costa oeste de Escocia), entrando al siglo XX, en la casa de veraneo de la familia Ramsay, donde destaca la etérea belleza de la Señora Ramsay, entrando a sus 50´s, madre de ocho, casada con un reflexivo, introspectivo y enamorado escritor y maestro universitario, que se preparan para recibir a un grupo de invitados a cenar.
Como referencia: el día de la cena, mientras que los Ramsey y sus convidados se entretienen con las pequeñas cotidianidades que transcurren en cualquier día de una vacación estival, ocupa un poco más de la mitad de la novela. Basta con comentar que el suceso más extraordinario del día ocurrió cuando Minta Doyle perdió el broche de su abuela.
Narrativa sobre percepciones, sentimientos, sensaciones que acaecen en ese minúsculo y volátil lapso de tiempo que transcurre mientras los personajes se ocupan de su hacer nada veraniega, como ocurren en la cena, cuando la Sra. Ramsey, alzando la ceja, cae en cuenta sobre la discrepancia que existe entre lo que estaba pasando y lo que estaba haciendo (servir la sopa).
Entretanto, vamos conociendo a los demás personajes: el “ateíto” Charles Tansley; el poeta Mr. Carmichael; el viejo amigo del Sr. Ramsay, William Bankes; la pareja de enamorados Paul y Minta; y con un papel protagonista Lily Briscoe, pintora, admiradora y enamorada de la Sra. Ramsey, como parecen estar todos, y que ocupa un lugar preponderante en la estructura de la novela.
Y termina la cena, y pasan los años, colmados de grandes conflagraciones, profundas transformaciones; ausencias, pérdidas y abandonos. Diez años después de aquella reunión, una representación de los Ramsey e invitados, regresan a la casa a cumplir con un compromiso que aquel lejano día quedó pendiente: la visita al faro, al que James, el benjamín, de seis años en aquel entonces, quizo realizar acompañado por su madre, sin lograrlo.
Hermosa novela, melancólica, nostálgica, narrada con una prosa que de tan lírica te arrulla mientras fluyen tus pensamientos junto con los de los protagonistas. Tranquilidad, sosiego, y sí, definitivamente encuentras cierta armonía entre tu lectura pausada y la historia de los Ramsey, mientras me pregunto ¿Quién teme leer a Virginia Woolf?