“La línea de fuego”, de Arturo Pérez Reverte

Novela fuerte, vehemente, intensa, potente, tan bien narrada que terminas padeciendo y compartiendo, junto con los combatientes, la amplia gama de emociones, sentimientos, sensaciones, y vacilaciones que experimentan; y también, comprendiendo, entendiendo las motivaciones que los impulsó a ese holocausto, puestas persistentemente en tela de juicio ante la realidad que los acorrala.

Miedo, hostilidad, ira, frustración, tristeza, desesperanza, culpa, pero también, insinuándose o explotando de manera sorpresiva y deslumbrante: compasión, gratitud, esperanza, humor, alegría, felicidad, amor; sentimientos enfrentados, padecidos, y compartidos durante toda la lectura de esta monumental obra literaria.

En “La línea de fuego”, Arturo Pérez-Reverte nos incrusta en uno de los frentes de la batalla del río Ebro, durante el transcurso de una feroz y encarnizada batalla entre nacionales y republicanos, luchando unos por conquistar y otros por retener el pequeño poblado de Castellets, con su cementerio como la posición clave que permite el acceso a través de su carretera hacia el norte del país, su Ermita de la Aparecida, y los pitones Pepa y Lola como posiciones de valor para alcanzar los objetivos.

La guerra civil española concluyó en 1939 y mantiene su atractivo como tema literario. Para los mexicanos de mi generación, que fuimos educados bajo el recuerdo cariñoso de los niños y niñas, hijos de combatientes republicanos, que se embarcaron en Francia en el navío de vapor Mexique, y que fueron acogidos como propios por el gobierno del Presidente Lázaro Cárdenas en 1936, es un tema de interés.

Yo a bote pronto recuerdo haber leído “Los Girasoles ciegos”, de Alberto Méndez; “Soldados de Salamina”, de Javier Cercas; “Los episodios de una guerra interminable” de Almudenas Grandes (“El corazón helado”, “Las tres bodas de Manolita”, “Inés y la alegría”, “El lector de Julio Verne”), y muy recientemente, “Por quién doblan las campanas”, de Ernest Hemingway. La trilogía protagonizada por el espía Lorenzo Falcó del propio Arturo Pérez-Reverte, está ambientada con ella de trasfondo.

Batalla decisiva, larga y sangrienta, que ocurrió de julio a noviembre de 1938, la Batalla del Ebro es considerada como la que selló la suerte de la Segunda República Española, e inició la madrugada del 25 de julio, cuando las tropas republicanas cruzaron el río en diferentes puntos. “La línea de fuego” se centra en un poblado ficticio entre Mequinenza y Fayón, poblaciones reales que son citadas en la novela, donde se cruzan comunistas, anarquistas, legionarios, Brigadas Internacionales, los requeté de Nuestra Señora de Monserrat, y hasta la quinta del biberón, integrada por adolescentes.

Pero “Linea de fuego” no es una novela histórica. Castellets es un pueblo ficticio. La batalla del Ebro no lo es: fue cruenta, despiadada, inclemente, real, sin duda. Pero la novela de Pérez-Reverte no oculta, ni inventa los excesos terribles que ocurrieron en ambos bandos. No toma partido, no quiere convencernos ni persuadirnos. No existen los buenos o los malos. Solo seres humanos con quienes cualquiera podemos identificarnos.

Heroicidad, pusilanimidad, valentía, cobardía, fraternidad, enemistad, solidaridad, repulsa, idealismo, cinismo; mucha sangre, sudores y olores; hambre, sed y dolor. Sensaciones, sentimientos, comportamientos compartidos por nacionales o republicanos, sean comunistas o falangistas; anarquistas o requetés, enfrentados en un conflicto que dividió familias, barrios, poblados y comunidades.

Notable la maestría de Pérez-Reverte para recrear minuciosamente la atmósfera que se vivió durante esos diez largos días y para ambientar “Línea de fuego” con su admirable práctica de documentarse a fondo y detallarnos, desde las diferentes armas cortas y largas que se utilizaron, los equipos de comunicación, los vehículos, hasta como suenan las bombas dependiendo de su nacionalidad.

Novela narrada en tercera persona del presente, de múltiples voces, con un vasto elenco de personajes, cuyos puntos de vista se alternan, pero ninguno con tiempo para perderlo en largas introspecciones ni reflexiones; son puro diálogo y actividad, que nos posibilitan asomarnos a su pasado y conocer las razones de su participación en la contienda.

Acción pura, adrenalina a tope, “La línea de fuego” es una formidable novela que retrata, en toda su complejidad, la naturaleza del ser humano enfrentado a situaciones límites. Se las recomiendo.
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