“La hermandad de la uva”, de John Fante

No había leído a John Fante. Las únicas referencias que recordaba sobre él se las debía a Charles Bukowski. El símbolo del “realismo sucio” lo tenía como uno de los escasos novelistas que valía la pena leer. Fante no era nadie en el mundo literario, hasta que el “viejo sucio”, ya en la cumbre de su fama, mencionó que era su ídolo y fuente de inspiración.

Era tan influyente Bukowski en aquellos años, que con su referencias, logró que la editorial que lo descubrió, Black Sparrow Press volviera a publicar los libros de su Sensei, que habían pasado sin pena y sin gloria, convirtiéndose, bajo el amparo de los halagos de Bukowski en un éxito de ventas. Al igual que Bukowski, John Fante gozó durante poco tiempo del éxito y la fama, falleció de diabetes en 1983.

John Fante (1909-1983), de origen italiano, escribió 7 novelas, cuatro de ellas de la saga conocida como “Arturo Bandini”. “La hermandad de la uva” se publicó en 1977, y Anagrama, la editorial española que publica a Bukowski la presentó en el 2004, y la incluyó en su colección conmemorativa 50Anagrama el año pasado.

Todo el ruido generado alrededor de la celebración de centésimo aniversario del nacimiento de Charles Bukowski (nació el 16 de agosto de 1920) y la casualidad, me llevó a la lectura de “La hermandad de la uva”. No tenía ni uno solo de los libros de Fante. La semana pasada me lo encontré entre los exiguos estantes de la librería Gandhi Monterrey. Lo han de haber sacado de las cajas por el pretexto del centenario del natalicio de Bukowski.

Me encantó la novela. Los primeros capítulos me dejaron alucinado y enganchado hasta el desvelo. No podía soltarla, deslumbrado por el arranque de la novela, cuando Henry Molise (cincuentón, escritor y padre de 2 veinteañeros), recibe una llamada desde San Elmo, Cal., de su hermano Mario, solicitándole su intervención para evitar que sus padres -setentones plus los dos- inicien otro proceso de divorcio, pues según Mario, su madre, al descubrir y reclamar otra infidelidad, fue golpeada por su marido, provocando un escándalo de tal magnitud, que terminó con el viejo Nick Molise tras las rejas.


Henry, discusiones previas con Harriet, su mujer, sobre la opción de llevar a su padre a vivir con ellos, decide regresar a San Elmo a mediar entre sus progenitores. Al llegar, el problema entre sus revoltosos padres estaba resuelto, pero la trampa que había armado su progenitor para que lo acompañara a la montaña para cumplir con un contrato de albañilería, lo atrapa sin remedio.

El planteamiento de la trama, el ritmo de la novela, la prosa, los diálogos, los personajes, la ambientación del pequeño pueblo californiano, los vecinos, la hermandad de la uva, todo, pero todo, funcionaba y parecía impecable, estupendo, maravilloso. Leía asombrado, deslumbrado, hasta que a eso de las dos, tres de la madrugada, a punto de terminarla, me venció el sueño. Es lo malo de iniciar las novelas a media noche.

Nick Molise, albañil, el mejor cantero de America, según él; cascarrabias, alborotador, tirano de la paciencia ajena, borracho casi siempre; cantante desafinado, cínico mujeriego, ludópata, y golpeador; casado con María, madre sobreprotectora, gran cocinera, adicta al drama, con olor a aceite de oliva y salsa de tomate en el pelo, son dos enormes personajes que hacen desentonar a su hijo Henry, el insulso escritor y narrador, que al lado de su viril padre, parece -sin pretender ofender- señorita de las de antes.

Novela sobre la familia; de despedidas; de regresos sin gloria; sobre las consecuencias de las arbitrariedades del padre y la tolerancia de sus dependientes. Pasión, ajuste de cuentas, contradicciones, vida, muerte; no sales indemne de su lectura, te gana la certeza de que leíste una novela realista, cruda, de un humor tenuemente oscuro, que te deja con una ligera sonrisa, que no te permites liberarla, por respeto al duelo. Vale la pena su lectura.
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