
No por ello dejo de disfrutar las novelas de los precursores del género: Collins, Conan, Poe, Chesterton, Christie. O de los creadores del Noir estadounidense de los 50´s: Chandler, Hammett, McCoy. O de mis contemporáneos: Paco Nacho Taibo II, Benjamin Black, Domingo Villar o Pierre Lemaitre.
Novela negra, policial, thriller, noir, hardboiled; de Conan Doyle a Carmen Mola; la novela negra no pierde fuerza ni vigencia. Antes de la pandemia, las librerías estaban pletóricas de historias de crímenes, policías, detectives y forenses. Al regreso, igual. Las novedades aparecen a cuentagotas en los estantes, pero aparecen; dos ejemplos: “Nena”, de Carmen Mola y “El enigma de la habitación 622”, de Joël Dicker.
Hay un subgénero que explotó comercialmente con la trilogía “Millennium” del Sueco Stieg Larsson (1954-2004): el Nordic Noir. Antes de Larsson, las novelas de Henning Mankell aparecían regularmente y con éxito en nuestras librerías, pero a raíz de la saga “Millennium”, las novelas de autores como Hjorth & Rosenfeldt, Jo Nesbø, Åsa Larsson, Camilla Läckberg, Arnadur Indridason aparecieron en nuestros libreros.
Aprovechando el tirón, RBA publicó, festejando el 50 aniversario de su aparición, a Maj Sjöwall (1935-) & Per Wahlöö (1926-1975), autores de un proyecto literario al que denominaron “La historia de un crimen”, protagonizado por el comisario Martin Beck, que desarrollaron durante diez años, hasta el fallecimiento prematuro de Per Wahlöö. La primera novela, de una serie de 10, es “Roseanna” se publicó originalmente en 1965.
“Roseanna” es una novela donde las prisas no tienen cabida: un 8 de julio del 64 aparece el cadáver de una mujer en las aguas del lago Vättern, en Motola, Suecia. Tres meses y 68 páginas después, logran su identificación: una joven norteamericana originaria de Nebraska, bibliotecaria, lectora voraz que andaba recorriendo los países nórdicos en barco.
Martin Beck se encarga del caso trabajando en equipo -nada de Llaneros solitarios-, ajustado a los lentos procesos policiales suecos, a las dificultades para transportarse -en una Suecia que apenas le abría las puertas al uso del automóvil-, al engorroso procedimiento de las comunicaciones telefónicas de larga distancia en los 60´s.
Sin huellas dactilares, a años luz del ADN, alejado de los actos heroicos sin sentido, metódico, discreto y paciente, Beck cuenta solo con pistas complicadísimas de investigar, por lo que a ratos nos parece que nos topamos en puros callejones sin salida.
Pero pian pianito, la tozudez de Martín empieza a dar frutos, y para las primeras nieves de invierno, por fin encuentran a un sospechoso, aunque sin nombre, nacionalidad, característica físicas, nada, salvo que utilizaba una gorra roja y una americana gris.
Preguntando por aquí y por allá, terminan identificándolo y ubicándolo, pero como no hay prisa, se ponen a vigilarlo, esperando, con paciencia, en el clásico juego ratonero, que cometa un error, que vuelva a intentarlo, manteniéndonos en estado de tensión, porque hay que reconocerle a los autores su sapiencia para desarrollar una narrativa que nos mantiene atados en la lectura.
Buena novela, que a pesar de los 55 años transcurridos desde su publicación, se mantiene vigente, te entretiene, te reta y desorienta; y la lentitud de la investigación no me estorbó, solo te hace consciente que en los tiempos prepandemia, me mantenía completamente acelerado, alucinado, apresurado, pero a lo pendejo.