
Digan si no: una pesadilla firmemente anclada en nuestra psique cuando nuestro hijo es pequeño es que se nos “pierda” en el parque, en el centro comercial, en el estadio; que en un instante de distracción, se nos desaparezca, que nos lo roben, que no lo volvamos a ver.
Dudo que exista un padre/madre que no haya sufrido esa delirante, sofocante experiencia. Basta un segundo que los perdamos de nuestra vigilante vista para que una explosión de angustia nos provoque vértigo, dolor en el pecho, hiperventilación y asfixia juntos; y esa sensación de irrealidad, como una alteración de la percepción de los objetos que nos rodean en ese instante, que te hace ver todo en una especie de cámara lenta distorsionada.
“Casas vacías” trata de eso, y además, de las consecuencias: una madre dirige su mirada hacia su teléfono móvil, y un instante después, Daniel, tres años, desaparece, se esfuma, se pierde, y la mamá, prisionera del sentimiento de culpabilidad, se encadena firmemente con sus remordimientos y autorreproches, cayendo un estado de ansiedad y depresión permanente que la destrozan y aniquilan, y a la familia, junto con ella.
También trata de la secuestradora, una mujer que, desquiciada por su obsesión no satisfecha de convertirse en madre, de que Rafael se niegue a “hacerle” una hija, la que una tarde sufre un “arrebato” y se lleva del parque “al niño más bonito que había visto en la vida”, al que rebautiza como Leonel. No se trata de sí puede o no producir un hijo, sino tenerlo cuando ella lo desea.
Dos monólogos delirantes. Víctima y victimaria cuentan: una se inculpa, la otra, se justifica. Ambas, enajenadas. Historias de familia y de la soterrada violencia que ocurren en su seno. Dolorosa soledad y compañía indeseada; culpa emocional y delito doloso; maternidad deseada e insatisfecha, e hijas ignoradas y despreciadas.
Novela de voces, dolores y emociones femeninas; las parejas, Fran y Rafael, parecen estorbar, fastidiar y complicar, ignorando cada uno en el papel que le tocó jugar, las acciones que deberían ejecutar, para paliar, disminuir, compartir tanto dolor; malas comparsas, pésima compañía, presuntos culpables, asumiendo ese papel secundario y anti-empático al que parecemos estamos condenados a asumir.
Hay otra víctima: Nagore, la sobrina de Fran, invitada forzada a este drama, después de sufrir la propia: su padre asesinó a su madre, la hermana de Fran, el padre de Daniel, que luchó para obtener su custodia, arrebatándoles a sus abuelos paternos y maternos, que la amaban, la oportunidad de criarla en su natal España, para llegar a México a vivir el rapto de su primo, y padecer la desintegración de su familia adoptiva.
Si no hubiera estado enterado al iniciar la lectura que “Casas vacías” es la primera novela que publica Brenda Navarro (1982), no me lo hubiera imaginado. Más allá de la dolorosa historia que cuenta, el lenguaje diferenciado que utiliza en las relatoras, el manejo del tiempo narrativo, te habla de una escritora con habilidades y capacidades que en teoría, no esperas encontrar en un escritor debutante.
Prosa precisa, que describe hechos, pero también pensamientos y emociones. Relato de ficción, pero tan verosímil porque sabemos que en México ocurre con una frecuencia que, parece que inmuniza a la sociedad del dolor y el horror que provoca en las víctimas. “Casas vacías”: cruda, devastadora, dramática, dura, pero también deslumbrante, profunda, inteligente e inolvidable, marca el extraordinario debut de Brenda Navarro. Lectura absorbente e imprescindible.
Es mexicana la autora?
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Así es Adriana.
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Sí, del DF
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