Una de las actividades electorales más socorridas y a la vez más vistosas, son los cruceros, donde un equipo de jóvenes -preferentemente- simpatizantes de un candidato y/o partido se posesionan de las 4 esquinas de un crucero que tiene un buen flujo vehicular. Los equipos, provistos de calcas, folletos, vasos, camisas y/o polos – esos los partidos riquillos como el PRI y el PAN – tratan de convencer a los automovilistas de aceptar su material promocional, y de preferencia, que les autoricen a pegarle a su auto una calca.
La mayoría de las ocasiones se nota que los promotores se divierten, aunque los veranos produzcan uno que otro deshidratado. La verdad le ponen ganas y le dan color y alegría a las calles, aunque uno que otro automovilista o peatón se fastidien con la actividad. Para mí los jóvenes son los que pueden comprometer a los candidatos a dar lo mejor de sí. Nada como desilusionar a quien con tanta entrega y alegría lo ayuda a ganarse la simpatía de los electores.
Pero regresando al tema recurrente de la rentabilidad electoral, ¿son los cruceros rentables electoralmente hablando? Los estrategas dirán que toda actividad es necesaria. Que como en las guerras, si tu adversario pone 3 activistas en la esquina, tu estás obligado a poner 4. Y por cada panorámico, el candidato estará en la imperiosa necesidad de poner dos, de preferencia al lado y frente al de su opositor. Y si se saca un spot -perdón, entrevista televisiva- el candidato deberá buscar que lo entrevisten en cuando menos el mismo programa, a la misma hora y en el mismo canal.
El caso es que todas las actividades son necesarias para posicionar a un candidato. Pero los cruceros, como los recorridos, te acercan a la gente. Por eso vemos de ves en cuando a los candidatos saludando a los automovilistas, esperando el rojo, cuidándose que no lo atropellen y esperanzado de lograr obtener si no un saludo, de perdido una sonrisa que le motive a seguir adelante con la campaña a ras de suelo.