
Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa (1851-1921), Condesa de Pardo Bazán fue una novelista, académica y periodista que incursionó en el ensayo, la poesía, el teatro y la traducción. Mujer, esposa y madre, fue precursora del feminismo en España, y por su defensa a la obra de Émile Zola -considerada en la España de su época como inmoral y atea- se ganó la fama de rebelde y provocadora. Y sin que venga a cuento en este texto, menciono – solo porque acabo de leer “Fortunata y Jacinta” – que a la muerte de su marido, inició una relación amorosa con Benito Pérez Galdós.
Extensa, vasta, y relevante es la obra de doña Emilia: cuarenta novelas, más de seiscientos cincuenta relatos cortos, cuando menos diez y seis ensayos publicados, incluyendo la cocina española como tema de estudio; muchos artículos en periódicos y revistas; conferencias y discursos. Fecunda vida sin duda. Y “Los pazos de Ulloa” es considerado como la novela que la consagró como una de las grandes.
“Los pazos de Ulloa” trata la historia de Pedro Moscoso, dueño de los Pazos y Marqués de Ulloa, un hombre ignorante, huraño, bruto y medio, cuyo único interés y obsesión es la cacería. A su deteriorada hacienda, arriba su antagonista, Julian, un sensible, quisquilloso, y pusilánime sacerdote, enviado por recomendación de su tío, para colaborar como capellán de la parroquia, bajo el mando del abad de Ulloa, compañero de cacería del marqués; y como tarea adicional, actuar como una especie de secretario administrador de don Pedro.
Muy pronto Julian se da cuenta que no será tarea fácil poner orden en la casa del marqués; la influencia de Primitivo, el verdadero poder en la hacienda, dificultaran la puesta en marcha de sus iniciativas. El tal Primitivo, un siniestro personaje, capataz de Don Pedro, abuelo de Perucho, hijo bastardo del marqués y padre de Sabel, la casquivana criada de la casa, amante del marqués y madre de Perucho, sumado a la propia debilidad de temperamento del padrecito, le frustraran una y otra vez cualquier intento de reforma moral o administrativa.
Ante ese muro, los esfuerzos de Julian se concentran en el pequeñín Perucho, un niño abandonado por su madre, que embozado con costras de mugre, que camuflan la hermosura de su rostro – la autora lo describe como “un angelote de Murillo”-, vaga a sus anchas por la hacienda, en estado semi salvaje. Y así siguió el truhán, porque el opacado Julian no logra imponerse ni a al pequeño fierecilla de Perucho.
Aparecen otros personajes como Nucha, prima de don Pedro; Máximo Juncal, el médico rural, los caciques políticos, la hija de Felipe el casero, una nodriza de “hechura, color e inteligencia de tonel”, que es rentada como una “gran vaca” para alimentar a los recién nacidos, entre otros más, pero los personajes con mayor hondura psicológica me parecieron don Pedro, Julian y Primitivo.
Lo primero que me sorprendió de “Los pazos de Ulloa” es la sordidez del ambiente que creó Pardo Bazán. Antes de iniciar la novela, revisé el diccionario y supe que los “pazos”, eran considerados como las casas aristocráticas de la nobleza gallega, así que no estaba preparado para enfrentarme a esa atmósfera decadente, oscura, sucia, inmoral que se vive en la casa de don Pedro Moscoso, Marqués de Ulloa y protagonista de la historia.
A diferencia de “Fortunata y Jacinta” que ocurre en Madrid, “Los pazos de Ulloa” transcurre en el campo de Galicia, en su zona montañosa, y la novela de la Condesa de Pardo Bazán describe el sistema feudal gallego de finales del XIX, decadente -¿es válido decir desde el XXI, retrasado?-, agotado y cerrado donde el Marqués de Ulloa parece ser un arquetipo de los terratenientes del lugar y de la época. Ocurre entre los años de 1866 y 1868, y se desenvuelve entre tensiones políticas, críticas a la iglesia, lucha de clases; en resumidas cuentas: liberales contra conservadores, bárbaros versus civilizados, brutos contra delicados, cultos versus analfabetos.
Escrita con una estructura lineal y un lenguaje sencillo, aunque con algunos “galleguismos” que no entorpecen su lectura, “Los pazos de Ulloa” me resultó una novela grata, entretenida, justa para una lectura placentera, pero, no sé cómo explicarlo… ¿fácil, desapasionada, cándida? Pienso que, aunque existe drama en la historia, no sentí una tensión dramática que me perturbara, que me estremeciera y no me explico la razón. Quizá mi estado de ánimo andaba muy desapegado. Sin embargo, no puedo dejar de recomendar esta novela. ¡Te leo!