
Conocí a Delphine De Vigan con “Nada se opone a la noche”, un testimonio biográfico escrito por la autora francesa, obligada a enfrentarse a sus demonios, alborotados por la muerte prematura, pero inevitable, de Lucile, su madre. Su lectura me impactó. Recuerdo terminarla a lagrima viva – cuando la finalicé, mi madre cumplía 86 años -, emocionado, sobrecogido por la crónica tan bella como perturbadora.
“Las gratitudes” cuenta la historia de Michka Seld, una anciana con apariencia de niña, que vive sola, lee, ve la televisión y recibe visitas. A pesar que empieza a mostrar indicios de senilidad, mantiene su autonomía, hasta que un día de otoño, sin aviso previo, Michka yo no pudo continuar viviendo sola.
Tengo problemas con el tema de mí vejez. La decisión de leer “Las gratitudes” me pareció, comentaba al inicio, un acto de masoquismo: el placer de la lectura que produce sentimientos y sensaciones dolorosas. Pero la recomendación de El País, y de nuevo, el leve grosor del libro, vencieron mi resistencia.
Creo estar seguro de no temerle a la muerte, pero me aterroriza arribar a una vejez atestada, atiborrada de enfermedades y dolor; me resisto a suponerme sumiso, subordinado, dependiente de otros. Decía Philip Roth que la vejez es una masacre, y coincido con su diagnóstico. No deseo llegar a viejo, masacrado por los achaques, por los dolores físicos, desorientado por la pérdida de mis facultades mentales. En fin…
Michka Seld es una anciana que viajó mucho, como reportera fotográfica; posteriormente, ingresó a un periódico como correctora. “No se me escapaba ni una: erratas, incorrecciones sintácticas, problemas de concordancia, repeticiones, …”, orgullosa, argumentaba, se justificaba, se defendía por haber roto el mandato de la maternidad, frente al onírico e indiscreto interrogatorio de la malvada directora del centro geriátrico al que pretende ingresar.
Instalada con el apoyo de Marie, Michka, la maestra de la corrección lingüística, se tropieza con las palabras, se le dificulta encontrar la adecuada, se detiene a mitad de la frase; aparece Jérôme, un logopeda que trabaja con las palabras y los silencios, con la vergüenza y los secretos, con la ausencia y los recuerdos, con el dolor, el de ayer y el de hoy, y con el miedo a morir, quien trajina dos días a la semana con Michka, en el intento de que recupere el habla, que producto de la afasia, empieza a estropeársele.
Marie Chapier, el Ángel de la guarda de Michka, unida a la señora Seld por unos lazos que, conforme avanza el relato, vamos conociendo cómo se fueron creando, solidificándose con el paso del tiempo; Jérome Milloux, el terapeuta del lenguaje, el que trabaja con el dolor y con el miedo a morir, que con su ocupación aprendió que “envejecer es aprender a perder”, es aprender a asumir que todas las semanas se sumará una nueva degradación, un nuevo deterioro; Marie y Jérome, unidos para dignificar los últimos días de la dulce viejecita.
“Las gratitudes” es una hermosa y delicada llamada de atención sobre la importancia de agradecer a quienes nos han dado la mano en algún momento de nuestra vida. “Las gratitudes” es una novela corta, pero generadora de intensas emociones.
No importa que la prosa, el estilo o el lenguaje con que está escrita no cumpla con las exigencias de los puristas, la novela de De Vigan es una sencilla pero maravillosa historia que te sacude, te conmueve y claro, te inquieta. ¡Te leo!