
No sé si debí o no, abalanzarme a leer la trilogía de corrido, una novela tras otra. No tenía referencias suficientes, o no me lo esperaba. O más o menos. O no tengo ni idea de lo que quiero expresarte. Independientemente de todo y antes de continuar, para evitar malos entendidos, te aclaro: desde que inicié con “El gran cuaderno”, no me separé del libro.
Las historias, que podrán o no parecerte inconexas, incoherentes, tienen una fuerza tan poderosa que por momentos evité intentar hilvanarlas. El arranque, cuando Lucas y Claus son llevados al campo por su madre a casa de la abuela, para resguardarlos de la brutalidad de la guerra que se vivía en la ciudad, me dejó, créemelo, en estado de shock y así me seguí.
No conocía a Agata Kristof. El libro me impulsó a investigar lo más que pudiera sobre su vida. La lectura me conmocionó, sorprendió y conmovió. Resultó una sacudida inesperada. Kristof (1935-2011), nacida en Hungría pero exiliada la mayor parte de su vida en Suiza, escribió Teatro, cuentos, guiones para la radio antes de escribir y publicar su gran éxito, su primera novela, “El gran cuaderno”, en 1986. A ésta siguieron “La prueba” y “La tercera mentira; una trilogía de difícil lectura.
La historia de Claus y Lucas aparecía frecuentemente en mi muro del Facebook gracias a lectores como tú, que participan en el Grupo. Tomaba nota mental, sin profundizar en los comentarios publicados. Vaya, no tenía ni siquiera el conocimiento de que se trataba de una trilogía.
En las publicaciones en el Grupo, solo leía por encima “Claus y Lucas”; veía la portada de dos niños peleándose, pero hasta ahí. Era frecuente la aparición de reseñas. En diversas ocasiones busqué el libro sin encontrarlo, hasta que me olvidé de él. Y cuando menos me lo esperaba, mi librero se presentó con “Claus y Lucas” en la mano preguntándome si ya lo había leído. Se lo arrebaté. Era la cuarta edición de Libros del Asteroide, publicada en el 2020, y contenía las tres novelas.
La mejor sin duda es la primera, “El gran cuaderno”, donde en boca de los gemelos, conocemos el infierno que vivieron en casa de su cruel abuela. Una dura historia llena de violencia, de pobreza y hambre; expuestos al horror de la guerra, al desamparo, al abandono, a Claus y Lucas no les queda de otra más que entrenarse para resistir, para sufrir y encajar los dolores afectivos y la violencia física.
Endurecen su cuerpo, acorazan su espíritu; con una vieja biblia y un diccionario que cargan desde casa, recuerdo de su padre, aprenden ortografía, lectura, matemáticas y ejercitan su memoria. Negocian con los soldados, sin importarles su bando. Al fin y al cabo, todos son enemigos.
No se comprende a uno sin el otro. Son ellos, o como los narradores que nos cuentan la historia, en la primera del plural: son “nosotros”, ellos, los que con un lenguaje preciso, dan testimonio de “lo que es, lo que vemos, lo que vimos, lo que hacemos…”
“La prueba” y “La tercera mentira” me desbarajustó el ritmo. Agata se decide por cambiar de narradores. En “La prueba” es un narrador en tercera persona quien cuenta lo que pasa con Lucas en el mismo lugar y con la misma gente, mientras que en “La tercera mentira” vuelven a hablar Claus y Lucas -lo supongo- pero ya no desde el nosotros, sino con dos narradores en primera en singular.
“La prueba” y “La tercera mentira” cuentan, indiscutiblemente, la historia de Claus y Lucas, pero la decisión de la autora de modificar las voces narrativas nos sometió a dudas, nos generó preguntas; la más importante: ¿a quién le creemos?, o más bien, ¿le creemos?
Si llegaste hasta aquí, permíteme recomendarte la lectura de las tres novelas. No sé si de manera continua o no. Los once días que invertí en leerlas, investigar a la autora, escribirte este texto para encontrar… para invitarte a leer a Agata Kristof, han sido una buena inversión. ¡Te leo!