
Razones tendrá para decidirse a publicar sus diarios en vida, escritos, según él, con otras intenciones: sí, para leerse, pero no para publicarse. Advertidos que, “contienen poco o nada de su vida pública, porque ni la tenía; se nutren casi siempre de mi vida privada, y no omiten partes de mi vida secreta”, sus diarios te permiten conocer su miedo de fracasar como escritor, sus infidelidades, sus inseguridades como padre y marido, su fobia social, sus batallas por ganarse la vida en trabajos tan ajenos a sus aspiraciones.
Héctor Abad Faciolince (1958-), colombiano, graduado de Lenguas y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín, Italia, ha escrito novela, poesía, ensayo, traducciones, críticas literarias y “El olvido que seremos”. Y no lo escribo como sarcasmo o ironía. Es por admiración y agradecimiento. Cuántos escritores quisieran haber publicado un libro, uno solo, que tocara las fibras emocionales de sus lectores como lo consiguió Abad Faciolince.
Escribir diarios es una actividad popular. Desde muy pequeños, casi casi desde que aprendemos a escribir, muchos de nosotros empezamos a transcribir una bitácora de nuestro día a día. Como sucede con el coleccionismo, tan popular en la infancia, son pocos los que persisten en la dura disciplina que se requiere para continuarlos; parecerá cliché, pero los más persistentes en la tarea, terminan relacionados con el mundo literario.
Frente al tocho “Lo que fue presente”, con más de 600 páginas, vale preguntarse: ¿Por qué leemos diarios? ¿Qué buscamos en la lectura de un texto no creativo, un registro fragmentario sobre la vida de un autor más o menos conocido? ¿Por qué leer los de un escritor como Abad Faciolince, que al escribirlos, aspira, según el mismo confiesa, a “durar después de la muerte mediante las huellas de mis letras”?
En mi caso, que leo por puritito gusto, porque siento predilección por las biografías, autobiografías y diarios de escritores. Sin talento, imaginación ni vocación como autor, prefiero ejercer de lector para vivir, a través de la lectura, pero sin tanto sufrimiento, la vida de los escritores, la mayoría de las ocasiones, dura, tan ingrata, que terminas agradeciendo tu déficit vocacional.
Leí con agrado el tocho de Abad Faciolince. En Mazatlán, de visita a mi madre, que no veía desde enero del año pasado, el escenario se prestaba para lecturas largas; el puerto sinaloense es ideal para la lectura reposada, plácida y relajada de la vida de un escritor que aprecias por un libro entrañable, emotivo, enternecedor, francamente conmovedor e inolvidable.
Los diarios concluyen antes de la publicación de “El olvido que seremos”; la última entrada se registra el 8 de septiembre del 2006, cuando Abad recibe una llamada desde Berlin de Gabriel Iriarte, informándole que el manuscrito final de “El olvido que seremos” “Le gustó muchísimo. Que es un libro bello, conmovedor, que lo sacudió como lector y como colombiano”.
Diarios alimentados por la vergüenza, escritos en momentos de tristeza, de inseguridad, de desasosiego; confesiones que desnudan a un hombre que será todo, menos un santo. Textos que transpiran honestidad, que recopilan una serie de fracasos, de penosas derrotas, que convirtieron a Abad en el hombre que hoy es. Escritos plagados de culpa, deseos sexuales, vacilaciones, perplejidades, miedo y amor.
Bien escritos, los diarios de Héctor resultaron una agradable lectura. Testimonio sobre una vocación que no permite dudas ni desviaciones, escritos “en vivo”, diríamos hoy, a diferencia de las memorias y las autobiografías, que son más recuerdos y evocaciones de tu pasado, que sensaciones, emociones y sentimientos de lo que se vive al momento; Abad ha mencionado que sus diarios eran los sustitutos de confesores y psicoanalistas, y tiene razón: por momentos parecen bacinicas donde se deshace de sus deshechos.
No tengo certeza sobre la viabilidad de que Héctor se convierta en un escritor clásico, leído por las generaciones por venir. Es un escritor solvente, que relata correctamente historias, principalmente, de corte intimista y que escribió una obra entrañable, llena de amor filial, una maravillosa novela de No Ficción en homenaje a su padre asesinado, con lo que obtuvo reconocimiento, certeza, seguridad, y mi fidelidad como lector. ¡Te leo!