“La mujer de blanco”, de Wilkie Collins

Esperaba una obra de arte de la literatura clásica, y no me defraudó. No fantaseaba con una historia de amor georgiana al estilo Austen o victoriana a lo Brontë; tampoco soñaba con una historia de aventuras, como las que nos brindó su gran amigo Charles Dickens. La fama que precedía a Wilkie Collins como fundador del género policiaco no me lo permitía, pero ¡Caray! ¡Wooooaaaauuu! “La mujer de blanco” es todo eso.. ¡y mucho más!

Historia de familia, de amores tristes e improbables, de complots llenos de intriga y de misteriosas usurpaciones de identidades, de secretos, locura, desolación y muerte, de abogados y delincuentes, narradas con tal maestría, que inicia entregándote sutiles, frágiles, pequeñas, ligeras pistas, indicios, señales que te ponen en estado de alerta, con el cerebro trabajando a todo lo que da, uniendo piezas, adelantando vísperas, intuyendo desenlaces, analizando los enigmas, elaborando conjeturas, sin estar cerca siquiera, de imaginar los virajes que tomará la trama, mucho menos resolverlos.

William Wilkie Collins (1824-1889) fue un novelista, dramaturgo y autor de relatos cortos inglés. Fue muy popular en su tiempo. Escribió 27 novelas, más de 60 relatos cortos, al menos 14 obras de teatro y más de 100 obras de no ficción. De los precursores del género policial, “La mujer de blanco”, junto con “La piedra lunar”, alcanzaron un enorme éxito, que persiste hasta este XXI.

Mucho se ha avanzado en el respeto a los derechos de las mujeres, pero continuamos atestiguando en este 2021 del Siglo XXI, que aún persiste la discriminación, marginación, abuso y violencia en su contra. Pero incluso reconociéndolo, me sorprende y se me complica, ya no digo aceptar, sino imaginar siquiera, las condiciones que vivían las mujeres en la Inglaterra Victoriana del siglo XIX.

Te comento lo anterior porque a pesar de tener claro, que no podía ni debía juzgar el comportamiento dócil e insensato de las víctimas de nuestra novela bajo los códigos del siglo XXI, no por ello me dejaba de sublevar, de indignar, de atormentar y afligir lo que leía: la mansedumbre, la sumisión, la dócil resignación con que aceptaban el fatal destino que les imponían.

Desazón, inquietud y aflicción, provocada por la percepción, la sensación, la certeza de cómo una a una, con una envidiable minuciosidad, propia de verdaderos profesionales en el delito del fraude y del engaño, se articulaban las piezas que formaban la trampa ensamblada por el inmundo Percival y su cómplice, el vil Fosco para cazar a la cándida, infantil, indecisa; a la irremediablemente dócil e incapaz Señorita Laura.

Marian Halcombe es la hermanastra de Laura, de figura escultural y natural elegancia en sus movimientos; distinta en todo a su hermana, rompe con el estereotipo victoriano: con “la energía, las manos torpes, la cautela y la resolución de un hombre”, soltera orgullosa, lucha para proteger a Laura, esa “criatura dulce, inocente y afectuosa”, y la batalla que presenta frente a las intrigas del par de villanos les dificulta la culminación de su infamia.

Como en toda historia de villanos, existe otro paladín, que se entrega y actúa con determinación en defensa de las víctimas: Walter Hartright, maestro de dibujo, contratado para adiestrar a las hermanas en su oficio, y quien nos introduce a “La mujer de blanco”, Anne Catherick, fantasmal y escurridizo personaje, quien le da un toque gótico a la historia y es hilo que enhebra a los hechos y a los protagonistas.

Clásica, pero innovadora, relato coral, presentado por varios narradores, que son a la vez protagonistas y testigos de la historia; novela extensa, y a pesar de lo pormenorizado de los relatos, aguda, potente, intensa. Poblada de una amplia y diversa variedad de personajes, engranajes de lo que parece una ingeniosa complicación de relojería, interviniendo con roles primordiales y concisos en el desarrollo de la trama; “La mujer de blanco” es, sin duda, una extraordinaria novela, que te agarra y no te suelta. ¡Te leo!
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