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“El gatopardo”, de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa

Extraordinaria, fascinante y llena de matices; aclamada y controvertida; novela con un lugar en la historia, novela histórica o texto de ciencia política; historia romántica y mascarada trágica; narrativa que navega por la mar siciliana, entre marejada de drama y bonanza de comedia, cargada de humor e ironía; publicada en 1958, el tiempo ha sido generoso con “El gatopardo”: la novela continúa llena de vida, vibrante, y vigente.

Durante la lectura me recriminaba intentando recordar por qué no había leído “El gatopardo”; digo, no es un clásico del XIX o un libro tan popular como para encontrártelo en cualquier puesto de revistas, pero… conocía de su existencia, sabía de su alta valoración, creía conocer que trataba de poder y política; me resulta incomprensible. En mi descargo: la primera ocasión que conscientemente me la encontré, me hice de ella.

Quizá, haya tenido que ver que “El gatopardo” es una de esas novelas que muchas personas citan, sin ser tantas las que la hayan leído. ¿Podría equivocadamente pensar, por esa razón, que era una novela “pretenciosa”, para personas ídem? A veces sucede, relacionas un producto con la personalidad de quienes lo usan o hablan de él. Tú, ¿por qué no la has leído? Cuéntame.

El caso es que lector voraz y disperso, no la había leído, a pesar que me desenvuelvo en el mundo de la política, y lo comento, porque las menciones se relacionan siempre con la política: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”, frase intrascendente dentro de la novela, con la cual Tancredi intenta tranquilizar a su Tío, Don Fabrizio Salina antes de partir a las montañas para unirse a la revolución garibaldina.

“El gatopardo” es la única novela que escribió Giuseppe Tomasi Di Lampedusa (1896-1957), y se publicó de manera póstuma, después de que se la habían rechazado en otras editoriales. En el prefacio de la edición de Anagrama se cuenta las peripecias que ocurrieron para que la novela llegara a las librerías. Me quedó claro que el autor estaba convencido del alto valor de su obra. Si no la han leído y les interesa, busquen la edición de Anagrama.

Iniciando en 1860, en Sicilia, en un momento de profundas transformaciones políticas y sociales, con el desembarco de Garibaldi en la Isla para acabar con la dinastía Borbón de trasfondo, “El gatopardo” evoca la sosegada volatilización de la aristocracia siciliana; el adiós afectuoso, y cariñoso a esos pequeños y cotidianos rituales en la mesa, la iglesia, la biblioteca, los salones de baile; la despedida a la privilegiada y tranquila vida de la nobleza italiana.

Don Fabrizio Salina, Principe de Salina y Gran Señor de Sicilia, matemático y astrónomo; hombre ilustrado y reflexivo; poseedor de un físico tan monumental como atractivo; heredero de títulos nobiliarios y propietario de grandes extensiones de tierra; patriarca de una familia que agrupa a siete hijos, un sobrino, un sacerdote jesuita, gobernantas, y preceptores; amo condescendiente y cariñoso con su fiel mascota Bendicò. Entrañable Patricio, gran protagonista de la novela. Por cierto, el título de nuestra novela se refiere al leopardo jaspeado o serval (en italiano, gattopardo) que aparece en el escudo de armas de la familia Salina.

Residentes en el inmenso y laberíntico Palacio de Donnafugata, el centro y motor de todas las actividades en ese 1860, era la atractiva pareja formada Tancredi Falconeri, el sobrino adorado y admirado de Don Fabrizio, y Angelica, hija única y heredera de Calogero Sèdara, Alcalde del pueblo, con boda segura pero no próxima, dirigiéndose, ignorándolo, hacia un futuro volátil, frágil y endeble.

“El gatopardo” retrata con cínica fidelidad, el rancio pero inamovible juego de la política, donde ricos y pobres, conservadores y liberales, están dispuestos, sin escrúpulos, con singular y universal alegría, a sacar una tajada, con sus excepciones, como Don Fabrizio, que se cocina aparte. Sintiéndose representante de la vieja aristocracia, y ligado por sentido de la decencia al régimen anterior, rechaza invitaciones y nombramientos para participar en los nuevos gobiernos.

Estructurado en 8 capítulos, de los cuales los primeros seis ocurren entre 1860 y 1863, el séptimo veinte años después, y el último en 1910, “El gatopardo” es una espléndida novela, contada a través de un narrador omnisciente, que cuenta, guía, corrige, y a menudo interrumpe, con sagaces e inteligentes disquisiciones sobre el comportamiento de los seres humanos, mientras nos descubre un universo lleno de vida, música, gastronomía, que trasciende y rebasa a la trillada frase gatopardiana.

Novela deliciosa que se lee con deleite, escrita con una musical prosa poética; historia poblada por gentes de cien mil raleas: nobles y plebeyos; zafios y educados; altruistas y arribistas; cínicos y descaradas. Relato sobre la transformación de un sistema que se resiste elásticamente al cambio. Historias de familia, de ambiciones y desengaños. Literatura que te deja múltiples sentimientos, sensaciones y reflexiones. De lectura imprescindible.¡Te leo!

“El baile”, de Irène Némirovsky

No hace muchos días comentaba las impresiones, sensaciones y sentimientos que me provocó la lectura de “Suite francesa”, una extraordinaria novela de Irène Némirovsky, una autora desconocida para mi, hasta que corregí esa desventurada omisión gracias a la novela, que fue publicada póstumamente en el 2004, con una fascinante historia editorial detrás de ella.

Motivado por los comentarios y sugerencias que me llegaron, y encandilado además, por la lectura de tan excepcional novela, me lancé a la librería con Rafa, el librero quien me recomendó “Suite francesa”, buscando más obra de Némirovsky, no para leerla de inmediato, sino para ir programando; con la pena de Rafa, y mi decepción, sólo contaban con dos: “El baile” y “Los fuegos de otoño”.

Hubo una época que cuando me gustaba un autor, intentaba leer todos sus libros que lograra conseguir. El miedo a gastar el escaso presupuesto en novelas de un desconocido, el riesgo de comprar un libro que no terminara por gustarme, me inquietaba. No alcanzaba para coleccionar, solo para leer. Ahora, ligeramente más solvente, procuro no repetir autor el mismo año. Existen tantos por conocer, que los de mis favoritos, intento dosificarlos a uno al año.

Después de la lectura de “Blanco nocturno” de Piglia, no me decidía entre “El gatopardo”, de Lampedusa o “David Copperfield”, de Dickens; mientras resolvía, me topé con “El baile”; a pesar de ser reciente la lectura de “Suite francesa”, resolví leerla, por corta, para que es más que la verdad, mientras continuaba con el tin marin si Lampedusa o Dickens para cerrar febrero.

“El baile”, de Irène Némirovsky, es una pequeña novela, escrita a sus 27 años, que cuenta una anécdota en la vida de los Kampf, nuevos ricos parisinos, enriquecimiento alcanzado gracias a movimientos bursátiles afortunados de Alfred Kampf. Alcanzada la riqueza financiera, ambicionaban el reconocimiento social, para lo que deciden organizar una fiesta por todo lo alto.

Iréne Nèmirovsky (1903-1942) alcanzó muy joven el reconocimiento como una de las mejores autoras de Francia. En 1929, con la publicación de su primera novela “David Golder”, inició una brillante carrera literaria, que terminó prematura y trágicamente cuando fue deportada a Auschwitz y asesinada junto con su marido.

“El baile”, pequeña novela -en Francia le llaman nouvelle– de apenas 94 páginas, sin ser una joya artística, sí es una prueba innegable del talento precoz de Irene, que en escasas páginas, logró, con un estilo franco y sencillo, elaborar una historia que, aunque te deja un sabor agrio, su sencillez, el perfil psicológico tan bien trazado de las protagonistas y el rápido desenlace, te deja complacido.

Antoinette Kampf, “una jovencita alta y plana de catorce años”, edad de profundos y desproporcionados cambios físicos y emocionales, enrollada en una pésima relación con Rosine, su madre, en un arranque impulsivo, muy propio de la edad, cargada de celos y deseos de venganza, comete una barbaridad, una imprudente tontería, cuyas consecuencias culminan en un desenlace disparatado e inesperado.

Alfred, el padre; Rosine, esposa y madre; y Antoniette integran lo que ahora llamamos familia disfuncional -como si existieran otras- donde cada uno, vela por sus egoístas intereses. Padre satisfecho en su ambición, esposa resentida por los años sin riqueza, hija en plena adolescencia, rebelde, frustrada y con deseos de venganza.

De lectura fácil y atractiva; contada en tercera persona, por un narrador omnisciente y discreto; escrita con una prosa ligera y sencilla; desarrollada con personajes bien construidos, con personalidades, caracteres y temperamentos trazados y definidos con una profundidad psicológica tal, que hace verosímiles y entendibles sus acciones y actitudes; con un final absurdo, pero lleno de dramatismo, “El baile” es una novela corta, pero muy recomendable.¡Te leo!

“Arte”, de Yasmina Reza

El teatro, ¿se lee, se experimenta o ambos? Las pocas ocasiones que asistí a presenciar una obra teatral, fue más por motivos turísticos – en Nueva York y en la Ciudad de México- que por gusto, pasión o afición. Creo que el gusto por el arte dramático se adquiere igual que el de la lectura, es decir, viendo obras, escuchando y leyendo a los expertos, para que, con constancia, alcancemos un nivel solvente de conocimientos, herramientas y habilidades para comprenderlo y disfrutarlo.

Yasmina Reza (1959), francesa, inició su vida profesional como actriz en cine y teatro; su debut como dramaturga fue en 1987 con “Conversaciones tras un entierro”, y “Arte”, escrita en 1994, ha sido su obra más reconocida y representada en varios idiomas, incluyendo versiones en español. Ha publicado casi una decena de novelas que no he leído.

“Arte”, de Yasmina Reza es el primer libro que trata de una obra teatral que leo. E independientemente de que me gustó, me quedé con una respetable cantidad de dudas sobre el género, que forma parte de la literatura desde siglo V o VI, por ahí, y por lo que he leído, desde su origen se consideró como género literario para ser representado, más que para ser leído, aunque insisto, “Arte” lo disfruté.

Ya sea drama o comedia, en prosa o en verso, el arte teatral ocurre en un escenario, donde se combina el texto, con la actuación, escenografía, vestuario, iluminación, música, todos lo elementos integrados con el fin de brindar un espectáculo que divierta, entretenga, y eduque al público que asiste a las representaciones.

Dicen los expertos que un texto teatral se debe leer con imaginación escénica. Preguntando a una maestra de teatro, dramaturga además, me comentó que una obra de teatro se escribe pensando en el escenario, más que en un lector imaginario. Así como hay buenos lectores de poesía, de novela histórica, de policial, para ser un buen lector de teatro se tiene que trabajar en adquirir cierta sensibilidad, sentido e imaginación escénica, asistiendo y observando con cuidado todos los elementos que se nos presentan en el escenario: actores, vestuario, iluminación, interpretación, dirección.

En fin, buscando adquirir mayores destrezas lectoras, aproveché que tenía el libro, parte de la colección con que Anagrama conmemoró su 50 Aniversario, para leer la obra de Yasmina Reza, considerando que, siendo una obra corta -102 páginas-, que ocurre en un departamento austero y neutro; y con pocos personajes -tres grandes amigos: Sergio, Iván y Marcos- sería más accesible para un lector primerizo.

“Arte” trata sobre una discusión que pone en riesgo la amistad que existe entre los personajes; la controversia surge a partir de que Sergio adquiere, por una respetable suma de dinero, un cuadro de arte contemporáneo, completamente en blanco, pero eso sí, firmado por un artista con obra colgada en un prestigioso Museo.

Mirada cínica e irónica al mercado de arte contemporáneo, donde el “valor” de las obras son fijadas por un “mercado” que solo los muy involucrados en él dominan y manipulan; tres maneras de ser, de ver y vivir la vida, confrontadas frente a un cuadro de un metro sesenta por uno veinte, que los hace preguntarse desde el fondo de su corazón, exactamente qué es lo que los llevó a forjar la amistad, a ser amigos.

Diálogos sencillos, situaciones naturales, reflexiones profundas, preguntas delicadas e importantes. “Arte”, de Yasmina Reza transitó en mi cerebro entre el drama y la comedia; y supongo que, a diferencia de la poesía o la novela, donde somos nosotros, los lectores, quienes con nuestra imaginación, conocimiento, habilidades y talentos decidimos el significado de leído, en el teatro, será cada director quien elija qué, y desde que enfoque nos mostrara la obra. Claro, lo anterior es pura especulación mía; tengo mucho por aprender. ¡Te leo!

“La ley de la ferocidad”, de Pablo Ramos

La muerte del padre. ¡Vaya tema literario! Pablo Ramos nos entrega un texto sobre la desgracia, el infortunio, el desamparo, el drama, el terremoto que sacude, conmociona y que jamás desaparece; más allá del período de duelo, siempre cargas con las secuelas de la pérdida de tu padre.

Conocí a Pablo Ramos gracias a un video de un programa televisivo donde lo entrevistó Eugenia Zicavo, una conductora de TV, periodista, socióloga e investigadora, que habla sobre libros en varios programas de la televisión pública argentina.

Pablo Ramos (1966) es argentino, poeta, músico, cuentista y novelista. “El origen de la tristeza” (2004), primer volumen de su saga de auto ficción, lo leí en el 2019, y trata sobre la adolescencia de Gabriel Reyes. El segundo es “La ley de la ferocidad”. El tercero titula “En cinco minutos, levántate María”; espero no pase mucho tiempo para leerlo.

En “El origen de la tristeza”, un adolescente Gabriel Reyes, evoca y nos cuenta sobre su infancia, ese final de los tiempos felices, en un barrio bonaerense de Avellaneda a finales de los 70´s. En “La ley de la ferocidad”, nos encontramos a Gabriel ya adulto, dispuesto a escribir lo que ocurrió una mañana, cinco años atrás, cuando recibió una llamada de su madre, anunciándole el fallecimiento de su progenitor.

A Gabriel, el hermano exitoso, el que logró salir del barrio, el empresario inmobiliario, el de dinero, le toca la responsabilidad de organizar el velorio de su padre; y lo hará, sin escatimar recursos, convirtiéndolo en un rito funeral de tres días y dos noches, intensas, brutales, desgarradoras, cuando desbordado por sus sentimientos, completamente descolocado por la muerte del padre, rompe con su período de abstinencia, recayendo, con un desenfrenado y furioso frenesí, en sus adicciones con el alcohol, las drogas, las prostitutas.

Mientras su madre, sus hermanos, sus ex mujeres, los amigos y familiares velan al padre, Gabriel entra y sale del velatorio, en una especie de “Road Trip” por la ciudad, reflexionado sobre el padre muerto, con el que compitió toda su vida, desmoronándose en una violenta recaída hacía sus adicciones, en un viaje durante 72 interminables horas, de las cuales, no pasó ni diez en el velatorio.

Gabriel va combinando sus desenfrenadas actividades, relatándonos recuerdos menos perturbadores, como un proyectado viaje a San Miguel Tucumán, al que invitó a su padre, para visitar juntos a su hermano Alejandro; o cuando siendo joven, su padre colocó, en un inusual gesto de cariño, su mano sobre el hombro del hijo, “dándole algo de espacio al amor”.

Por más que intentaba, no lograba justificar la rabia, la ferocidad, el coraje que Gabriel manifestaba por, o más bien, contra su padre. De “El origen de la tristeza” no me asaltaba ningún recuerdo sobre el padre que explicara tanta invectiva; y lo que nos cuenta en “La ley de la ferocidad”, mientras evoca su pasado, tampoco me lo aclaraba. Puro desajuste mental y emocional suponía, hasta que Gabriel, escribiendo, evocando, reflexionando, en un destello, vislumbra el origen del desencuentro, la invención de ese padre feroz.

Escrita desde las vísceras, “La ley de la ferocidad” es una novela que rezuma dolor, angustia, desconsuelo, impotencia; revela una tristeza tan honda, tan insondable, tan intensa, que si no fuera por ese humor tan negro, que se desparrama por doquier, terminarías contagiándote. Historia de un mal hijo, más que de un padre malo, la “Ley de la ferocidad” es el segundo tomo de tres que protagoniza Gabriel Reyes, el yo literario de Pablos Ramos.


Narrada en primera persona, con una prosa tan intensa como agobiante, “La ley de la ferocidad” es una lectura que te molesta y escandaliza, pero también te conmueve; te abruma y te atosiga, pero al final, te redime; es una obra que podrá o no gustarte, pero, si te decides a iniciarla, difícilmente podrás arrumbarla sin terminarla. ¡Te leo!

¿Te veré en el desayuno?, de Guillermo J. Fadanelli

La historia de cuatro seres que viven una existencia vulgar, estrecha, sórdida, desvalida y penosa, en una urbe inmensa, deshumanizada, y superpoblada como lo es la Ciudad de México, que terminan encontrándose, en un ambiente, con una atmósfera que a muchos les parecerá conocida, donde la violencia va junto a la miseria, donde en la indiferencia social, encuentra solidaridad solo por conveniencia, donde la existencia consiste en seguir respirando, continuar tirando, en ese entorno inhóspito al que nos tiene acostumbrados Guillermo Fadanelli.

Guillermo Fadanelli (1960), nacido en Ciudad de México, escritor de aforismos, novela, cuento y ensayo; editor de revistas; polémico fundador de movimientos literarios; y dicho sin ánimo de ofender, sino todo lo contrario: un chilango puro, con esa relación de amor-odio que solo los de su estirpe llegan a construir con la ciudad capital, protagonista en gran parte de su obra.

Escritor consolidado y prolífico. En la foto, me faltan dos novelas que no logré encontrar entre tanto desorden librero: “Al final del periférico” y el Premio Grijalbo de Novela “Mis mujeres muertas”; pero Guillermo ha publicado 13 novelas, cuando menos 6 libros de relatos, y otros tantos de ensayo y crónica. “¿Te veré en el desayuno?” fue llevada al cine, y en el 2019, Fadanelli fue galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura por el conjunto de su obra.

Adolfo Estrada, un falso médico veterinario, entrometido mirón, que se enamora en secreto de su vecina de enfrente, Olivia Sánchez, la joven más bella de la Unidad Habitacional que habitan, quien ni siquiera lo conoce; Ulises Figueroa, un burócrata de tercera categoría, pero cumplidor, que trabaja en un organismo federal de sexta, se encapricha con Cristina, una prostituta buena onda a la Joaquín Sabina, que se deja querer, pero sin entregarse.

Cuatro personas solitarias, tristes y desconsoladas; amarradas a su pasado, pero fantaseando, y hasta eso, tímidamente, con construirse un futuro, igual de mediocre, pero acompañados. Los padres de Olivia, los compañeros de Ulises, los vecinos de Adolfo, los familiares de Cristina, son “una especie de bultos animados, que perdían singularidad, a base de parecerse tanto”; inútiles pues, para paliar las desdichas de nuestros personajes principales, tan empeñados en construirse “una mínima burbuja de felicidad”.

Y una violenta tragedia, más las azarosas circunstancias, que se les presentan durante sus andanzas entre callejones oscuros y solitarios; por disfuncionales oficinas burocráticas, ocupadas por criaturas semejantes; cantinas de tragos baratos, que se batallan para pagar; hoteles de paso, rincones propicios para el sexo, e improbables fuentes para el amor, terminan enlazándolos.

Y es cuando finalmente logran romper con su soledad, cuando da comienzo un nuevo giro de la misma tuerca. Y es así, que muy pronto se enfrentan a su nueva realidad, mientras uno, cómo lector, anhelas que ese optimismo ramplón del que hacían gala nuestros personajes, se vea recompensado de alguna modo; que esa frágil burbuja, que inflaron a su alrededor, los proteja; que esa cena, que los cuatro comparten, marque el inicio de algo distinto.

“¿Te veré en el desayuno?” trata “la historia de cuatro personas cuyas vidas no merecían haber formado parte de una novela”. Retrato de la clase media jodida capitalina; dibujo a grandes trazos de una urbe monumental, donde cabe todo lo imaginable y lo irreal. Escrito con una prosa aguda, punzante y relatada por un narrador omnisciente que presenta a los personajes fríamente, sin tapujos ni artificios, sino tal y como son. ¡Te leo!

“Suite francesa”, de Iréne Nèmirovsky

“Suite francesa” es un libro de verdad, literatura pura y dura, sin concesiones ni mayores pretensiones que la de contar historias sobre lo que les sucede a las personas, y lograrlo con un estilo crudo, seco y eficaz; el lenguaje utilizado como arte para exponernos emociones, sensaciones, personajes, ideas, historia y experiencias en situaciones límites.

Publicada en español en el 2004, me pasó de largo el revuelo que provocó su llegada a las librerías, posiblemente porque Salamandra, la casa editorial catalana, poseedora de los derechos sobre la obra de Nèmirovsky, no llegaba fácilmente a México en aquellos años.

En fin, haya sido como haya sucedido, no había leído nada de la autora ucraniana, y fue gracias a Rafael, un librero que se la vive quejando, frustrado, porque según él, libro que me recomienda, o ya lo compré o ya lo leí; un día de diciembre, se me acercó tímido y dubitativo, preguntándome si había leído algo de Irène Nèmirovsky.

Apenas escuchó la negativa, desapareció un momento, para regresar victorioso, orgulloso y jubiloso, con el tomo en la mano, recomendándome “Suite francesa” como la gran novela que resultó ser. Obviamente la compré, y la dejé cerca para leerla en la primera oportunidad. Después de la apasionante, sobrecogedora, y conmovedora experiencia, no me queda más que agradecerle a Rafael su recomendación.

Iréne Nèmirovsky (1903-1942) alcanzó muy joven el reconocimiento como una de las mejores autoras de Francia. En 1929, con la publicación de su primera novela “David Golder”, inició una brillante carrera literaria, que terminó prematura y trágicamente cuando fue deportada a Auschwitz y asesinada junto con su marido. Sobrevivieron sus dos hijas, que sesenta años después encontraron, en una maleta que le perteneció a su madre, el manuscrito de “Suite francesa”. En el prólogo de mi edición, se cuenta esta fascinante y extraordinaria historia editorial.

Dividida en dos partes (el proyecto de Iréne era de seis), la novela inicia en el verano de 1940 con la invasión nazi a Francia. En la primera, Iréne nos narra la huida despavorida de parte la población parisina hacía la nada, un éxodo de almas pérdidas en búsqueda de la salvación; con una visión mordaz e irónica, Iréne utiliza un grupo variopinto de personajes, algunos de ellos, capaces de lo inimaginable para conservar no solo la vida, sino su estatus social y sus posesiones.

Los Pèricand, de acentuada raigambre burguesa y católica; Los Michaud, ella secretaria, él contable, ambos empleados del mismo Banco; el señor Corbin mandamás del Banco, con su amante Arlette Corial, y su segundo, el conde de Furières; el ególatra escritor Gabriel Corte y su amante oficial, Florence; Charles Lengelet, coleccionista de porcelanas; todos huyendo, a pie, en bicicleta, en automóvil, en carretones; y en la fuga, conformando un relato tan potente y serio, como aterrador y conmovedor acerca del colosal desastre: el desmoronamiento de la orgullosa Francia, la humillación de ver un Paris arrodillado.

La segunda parte, titulada Dolce, inicia un año después y se ubica en la pequeña comunidad francesa de Bussy, donde nos presenta un caleidoscopio sobre la ocupación: una exhibición del clima moral, de los comportamientos, la conducta, las respuestas, los sentimientos y las diferentes actitudes de los pobladores frente a los conquistadores. Sometidos, llenos de odio y violencia contenida, pero a la vez, terreno fértil y propicio para la nobleza, la solidaridad, la amistad, los amores imposibles, los romances inesperados.

Lucile, esposa de Gastón Angellier, prisionero de guerra, quien vive con su suegra, una mujer burguesa, pretenciosa, y muy susceptible por la ausencia del hijo; Madeleine, campesina como su marido, casada con Benoît, ex soldado francés de regreso al pueblo; ambas, compartiendo la adversidad, tienen que hospedar a Bruno y a Kurt, jóvenes oficiales alemanes, de opuestos comportamientos, cosechando, ellas, sin buscarlo, quererlo ni desearlo, conflictos, celos, resentimientos, murmuraciones y rechazos por doquier.

¡Extraordinaria novela! Una amarga, lúcida y dolida mirada del vencido, escrita, además, mientras ocurrían los sucesos narrados. No puedes evitarlo: mientras lees, piensas conmovido -sobre todo después de leer el prólogo- que un año después de escribir “Suite francesa”, la autora, que percibía su muerte, sería asesinada en el terrible campo de exterminio judío.

Abierta crítica al colaboracionismo, producto del egoísmo y la ausencia de civismo; a una sociedad indolente, sin visión ni misión más allá de la de conservación de privilegios. Novela testimonial, que cubre múltiples historias, relatadas con eficacia por un narrador mudo, que no valora, ni juzga, ni opina, solo retrata; ambientadas minuciosamente en una Francia humillada, vencida y lastimada. “Suite francesa” es, sin duda, una lectura imprescindible.¡Te leo!

“Un amor cualquiera”, de Jane Smiley


El dolor, la tristeza, la ira y otras secuelas, propias de un divorcio, marcan de muchas formas el resto de tu vida. El torbellino emocional desatado, la confusión anímica producida, el sentimiento de culpabilidad, cicatrices afectivas que permanecen años; la sensación de pérdida, los sueños incumplidos, la pérdida de la autoestima, sentimientos que te hieren, laceran, que te lastiman a ti, y a tu familia.

El año pasado descubrí a Jane Smiley. Su novela “La edad del desconsuelo”, corta, intensa, atrevida, compleja y realista me marcó hondamente y me llevó a reflexionar sobre la ruptura de los lazos que unen a los matrimonios. “Un amor cualquiera”, sin ser una novela únicamente sobre el divorcio, reincide alrededor del tema, pero desde una perspectiva diferente. Y es que Jane algo sabe, con tres divorcios y cuatro matrimonios en su haber.

“Un amor cualquiera” se publicó originalmente en 1989; Jane Smiley (1949-), escritora estadounidense, miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, autora de una veintena de libros, galardonada con el Premio Pulitzer de Narrativa y el National Book Critics Circle Award por su novela “Heredaras la tierra”.

Rachel Kinsella, madre de cinco hijos, casada con Pat, a quien conoció en la facultad, se enamora de su vecino, con efectos tan devastadores, que veinte años después, la encontramos auditando su alma, evaluando la magnitud de los daños, cuestionándose sobre la justicia o la arbitrariedad de su castigo, de la represalia que padeció por haber mandado a volar por los aires, la idílica vida doméstica que disfrutaba.

Ellen, Daniel, Anne y los gemelos idénticos, Joe y Michael, son las víctimas inocentes -los hijos siempre lo son- de la ruptura. La reacción de Patrick, fue brutal: vendió la casa y cargó con los cinco al extranjero. Pasó un poco más de un año para que Rachel volviera a verlos. La separación no ocurrió de forma pacífica y pasaron varios años de lucha entre ellos para que alcanzaran un estado de tolerancia mutua.

Estamos en 1983, todos, adultos; cada uno con sus penas y alegrías, pero aún abrumados por los rescoldos del pasado. “Un amor cualquiera” ocurre un fin de semana de ese año, en casa de Rachel, cuando Michael regresa a los Estados Unidos después de una estadía de dos años en la India. Joe se encuentra de visita para recibir a su hermano; Ellen, con Jerry, su marido y sus dos hijas, vecinos de la casa materna, se unen y participan en las actividades de bienvenida.

Rachel los observa, los escucha, conversa, y mientras interactúa, recuerda, cavila, reflexiona, y es entre esa agradable y cariñosa cotidianidad familiar, cuando te va revelando sus opiniones, argumentos, justificaciones, sin decidirse a hacérselos partícipes a ellos, a sus hijos, dudando sobre la conveniencia o no, de exponerse y exponerles a ellos lo que le supuso, a ella, la relación con Ed, el vecino, causa, motivo y razón de la reacción de su padre.

Narrada en primera persona, con una prosa exquisita, bella y cadenciosa. Novela realista, corta y muy intensa, con una graduación de tensión en aumento, que te mantiene sujeto de principio a fin. Historia sobre afectos y silencios; de secretos y malos entendidos; acerca de expectativas y fantasías; sobre el deseo y sus efectos; de anhelos y carencias; a ratos conmovedora, por momentos, perturbadora.

Pienso que “Un amor cualquiera” es, sobre todo, un relato sobre como vemos a nuestra pareja y a nuestros hijos, cómo suponemos que ellos nos ven, y del cómo, nos descolocamos todos cuando nos percatamos de la realidad. A ti también te sorprenderá, por ello te la recomiendo sin dudar: “Un amor cualquiera” es una novela que te puede dejar un poso significativo, una experiencia sustancial ¡Te leo!

“La educación sentimental”, de Gustave Flaubert

Historia de un joven ambicioso procedente de la campiña francesa, que termina total, completa y profundamente enamorado de una mujer casada, “La educación sentimental”, de Gustave Flaubert es uno de los mejores libros que he leído, y creo que es uno de los mejores jamás escritos. Lectura seductora, que te encandila, conmueve y te enternece; novela que fluye suavemente, sin grandes alteraciones, pero estimulando variadas experiencias emocionales.

Buen inicio del 2021: “La mujer de blanco” y “La educación sentimental”. Diez o doce novelas clásicas al año es un objetivo que me plantee no hace muchos años. La mayoría de las que he leído, fue durante mi adolescencia y juventud. Afortunadamente recapacite, y no sabes lo que disfruto de su lectura. No hay riesgo de equivocarse: por algo son clásicos de la literatura universal.

Gustave Flaubert (1821-1872) es considerado como integrante de la corriente literaria realista, que propone la observación directa, objetiva e inmediata de la sociedad y reflejarla en los textos de manera fría, clara y analítica; es asimismo valorado como padre de la novela moderna, alejada del romanticismo y basada ante todo en el concepto de la verdad.

La aportación más aclamada de Gustave Flaubert a la literatura, es su manejo del lenguaje, empleado con precisión y economía, ofreciéndote la sensación de que no le falta ni le sobra nada; defensor de que en la novela la forma es fondo, que la manera de contar, significa tanto como lo narrado, te entrega un ejemplo de su incomparable estilo relatándote la historia de Frédéric Moreau, el protagonista de “La educación sentimental”.

Teniendo como telón de fondo los momentos de descontento social y político previos a la Revolución francesa de 1848, descubrimos a nuestro protagonista, tan inmerso en sus ensoñaciones románticas, que ni participa ni parece estar consiente de lo que ocurre a su alrededor; “La educación sentimental” es el relato de un joven heredero que, buscando educación profesional en París, para un destino político, termina obteniendo un aprendizaje inesperado: una educación sentimental.

Idealista, indolente, vacilante, ingenuo, discreto, sobrio; un poco tieso y escéptico a ratos, Frédéric se desenvuelve sin levantar pasiones ni aversiones, lo mismo en los ambientes de la alta sociedad parisina, conviviendo con ministros, millonarios, políticos y militares, como en los animadas congregaciones bohemias, con sus intelectuales, escritores, vagos, y artistas de diversas raleas.

Enamorado de Marie Arnoux, Frédéric, joven, ingenuo e inexperto, no se le ocurre otra manera de acercársele, que procurar la amistad del marido, Jacques Arnoux, galerista y editor de una revista de arte. Frédéric, en su inconsciencia, termina asumiendo el triste papel de alcahuete del esposo; y con sus vacilaciones y cobardía, impotente para declarársele, termina de recipiente de las quejas y lamentos de su amada, herida en su dignidad por los indiscretos amoríos del señor Arnoux.

Arnoux mantiene dos casas y la manutención del par de mujeres, sumado a malas decisiones empresariales, lo llevan a la ruina económica, y junto con él, a Frédéric, que intentando salvarlo, termina hundiéndose, mientras Marie Arnoux lo remata haciéndole entender la imposibilidad de ser correspondido: “la inanidad de su esperanza”, recibiendo así, la primera, que no la última lección sentimental.

Mientras leía “La educación sentimental”, evocaba y comparaba sin remedio a Julien Sorel, el protagonista de “Rojo y negro”, la monumental novela de Stendhal, con Frédéric Moreau; Sorel, hijo de un humilde leñador, sueña con participar en gestas militares, pero imposibilitado para conquistar hazañas bélicas, por la época que le tocó vivir, se concentra en utilizar el amor como instrumento de ascenso político y social, contrastando fuertemente con Frédéric, que ciego, pasivo y ausente de una revolución y la fundación del Segundo Imperio francés, que se gesta y que nace frente a sus narices, pareciera condenado e imposibilitado de alcanzar cargo político alguno, y mucho menos, el amor.

Retrato de una época, reflejo de la sociedad parisina de mediados del XIX, “La educación sentimental” es una extraordinaria novela, que ampara varios temas dejando algunas enseñanzas; contada en tercera persona por un narrador omnisciente e imperceptible, escrita con una prosa concisa, precisa, maciza, fría, y realista; con trama pero sin grandes dramas, con personajes bien planteados, y definidos más por sus acciones que por sus reflexiones, es un clásico que seguirá deslumbrando a sus lectores, cuya lectura te la aconsejo ampliamente, y lo hago, con la razón y con mucho sentimiento ¡Te leo!

PD: El abuso por parte de los traductores de las notas a pie de página, casi siempre me molestan, pero los apuntes de Miguel Salabert en esta edición de Alianza, me resultaron convenientes, pues a manera de enciclopedia, me ofreció información sobre obras, autores, artistas, políticos y personajes de la época, lo que complementó y contextualizó excelentemente mi lectura.

“A corazón abierto”, de Elvira Lindo


Título del que me enteré en alguna de las listas que circulan sobre los mejores del 2020; novela de autoficción de Elvira Lindo, a quien leo cotidianamente, pero jamás, sus libros. “A corazón abierto” es un texto hermoso, una mirada a un universo familiar que te refleja y te conmueve, y que lo lees entre emocionado y divertido.

Descubrir a Elvira Lindo como novelista me puso a reflexionar sobre tantos escritores que nunca llegaríamos a conocer, si no fuera por las recomendaciones, reseñas, listas, comentarios o cualquier otro tipo de referencia que nos ayude a encauzar nuestras peripecias lectoras.

Elvira Lindo es periodista, guionista -de cine, TV y radio-, locutora, actriz, escritora, y además, editorialista de El País. A diferencia de sus libros, sus dos artículos semanales de opinión los leo habitualmente. Creadora de un personaje muy popular en España -Manolito Gafotas-, Elvira es reconocida por sus aportaciones a la literatura infantil y juvenil y también ha producido novelas para adultos: “Una palabra tuya”, “Algo más inesperado que la muerte” y “Lo que me queda por vivir” son parte de su bibliografía.

Género o subgénero controvertido y controversial, la novela de autoficción tiene tantos seguidores como detractores en el mundo de los teóricos literarios, que no logran crear un consenso para una definición absoluta.

Yo no le entro a esas honduras analíticas, pues a mí me basta con que autor, el narrador y el protagonista compartan el mismo nombre, y el libro lleve la mención de “novela” en alguna parte de sus portadas, para aceptarla como autoficción.

Como nota para mis amigos de Retópada20: Elvira Lindo está casada con el escritor Antonio Muñoz Molina, novelista, Premio Principe de Asturias de las Letras, académico de número de la RAE y también articulista en El País; desde México y para efectos del reto 12, no tengo claro si se eclipsan entre ellos, porque mi percepción es que cada uno brilla en su ámbito.

“A corazón abierto” es un título que alude a la madre, Antonia, enferma del corazón, intervenida quirúrgicamente cuando Elvira contaba con 9 años, operación que proyectó un ambiente de tristeza, depresión y desgracia, que calaría muy hondo, en la infancia de la autora. Figura fantasmal, “contemplativa, algo perezosa, buscando un rincón en el que rumiar sus pensamientos o leer”, Antonia contrasta fuertemente con el retrato que Elvira hace de su padre, Manuel, un hombre vital al que le encantaba su apellido.

Manuel Lindo, auditor de una empresa constructora con obras por toda España, que parece “poeta ruso, un director de orquesta a la Bernstein, un hombre iluminado, un excéntrico del Upper West Side”; contable entregado a su trabajo, donde es paternal con los de abajo y servil con los de arriba; fumador empedernido, y bebedor asiduo, perseverante y persistente, porque “el alcohol le ayuda a romper barreras y acortar distancias”; parroquiano reconocido y muy querido en bares que le eran familiares por toda la geografía española; hablador, parlanchín, fanfarrón; de carácter extravagante, arbitrario y fuera de lógica; padre que mandaba y amaba, pero de manera desordenada.

Dos veces viudo, Manuel envejece “con una necesidad imperiosa de reconocimiento porque siente cómo su su presencia se va diluyendo en el tiempo presente”. Dirigente sin mando ni subordinados, padre sin jurisdicción ni potestad, ejercidos sin disputa en el pasado, se transforma en un viejo infantil, de comportamientos inadecuados, trocado en personaje de las comedias de la hija. Manuel Lindo es, sin duda, el entrañable protagonista del libro de Elvira.

La menor de dos hermanos y su hermana, Elvira trasmite comprensión, aceptación, respeto y amor hacia sus padres, hechos el uno para el otro y que compartieron un amor excesivo, celoso y desconfiado, lleno de reconciliaciones y enfados. La de los Lindo, es una familia como cualquiera; “A corazón abierto” es la historia de una pareja y sus cuatro hijos, donde Elvira, la benjamín, no muy deseada ni esperada, nació con una torta bajo el brazo en forma de billete de lotería.

“A corazón abierto” es un relato sensible de un universo familiar que te identifica y te emociona por afectivo, natural, ordinario, por común y corriente. Historia que enternece, conmueve y regocija. Testimonio de amor, unión, fraternidad, enfermedad y muerte. Catálogo de pequeñas y cotidianas anécdotas llenas de humor; crónica generacional, la de los padres y la de la autora. Te la recomiendo sin dudar. ¡Te leo!

“La hija de la española”, de Karina Sainz B.

Con un inicio poderoso, “La hija de la española” te atrapa. Intensidad, seriedad, tristeza, orfandad: “Enterramos a mi madre con sus cosas: el vestido azul, los zapatos negros sin cuñas y las gafas multifocales. No podíamos despedirnos de otra manera”.

El año pasado leía reseñas, reportajes y comentarios de todo tipo sobre “La hija de la española”, de la venezolana Karina Sainz Borgo; el contrato de su ópera prima, que se había cerrado en la Feria del libro de Frankfurt, aún sin publicarse en español, ya tenía comprometidas veintitantas traducciones.

Yo la busqué sin encontrarla, hasta que me olvidé de ella. La semana pasada, hurgando en la librería, me la encontré, y aproveché para platicar con Rafael, mi librero, sobre mi búsqueda infructuosa, porque en mi tierra, aunque tardan en llegar las novedades, raramente se agotan.

Rafa me comentó que en Monterrey, una ciudad antaño industrial, de presente filibustera, ubicada al norte de México, la novela se puso de moda en varios círculos de lectura, integrados en la mayoría por señoras de la clase media y alta, y por eso desapareció por cierto tiempo de los estantes. Tengo una ligera sospecha del por qué de ese inusual interés.

Historia que se ubica en la Venezuela (entre Caracas y Ocumare, puerto costeño venezolano) de Chavez-Maduro, esa Venezuela posterior a 1999, y cuenta la historia de Adelaida Falcón, de 38 años, que acaba de perder a su madre, víctima de una larga enfermedad – así nos enfrenta a las condiciones del sistema de salud pública y privada – y que con su orfandad, pronto tiene que enfrentar otras pérdidas, estas materiales, pero no por ello, menos significativas.

Hija única de madre soltera, comprende que el “mundo tal y como lo conocía, había comenzado a desmoronarse”. Karina, con una prosa firme, dura, seca, potente, a ratos con un tono de panfleto, nos presenta un país destrozado, hundido en la abyección, la vileza y la desesperanza, donde “Todos nos convertimos en sospechosos y vigilantes, travestimos la solidaridad en depredación”.

El departamento de Adelaida es invadido y requisado por un grupo de mujeres comandadas por “la Mariscala”, “una presencia camuflada en el desorden y el caos, protegida y alimentada por la Revolución”. Buscando refugio, después de haber sido agredida por la invasora, llega al departamento de su vecina, Aurora Peralta, la hija de la Española, donde se enfrenta a otra conmoción, que sin embargo, le puede transformar su suerte.

Adelaida, siempre temerosa y dubitativa, blandengue, incluso, arañando la pusilanimidad, tiene que enfrentarse sola a la serie de infortunios, donde la coloca su creadora, siempre en el papel de víctima pesimista y sin esperanza, pero que le permite aludir a la delincuencia, a la violencia, a la corrupción que azota a su entorno: “Los días se parecían más a la intendencia de una guerra que a la vida..”.

Todo lo vemos a través de sus ojos, todo lo que escuchamos, es por su voz. Adelaida Falcón, personaje central, cuyo protagonismo es casi absoluto, y por tanto, la única visión que tenemos sobre lo que sucede, es la suya.

Quizá Karina Sainz pretendió solo hacer literatura, escribir una novela; pero por momentos, me pareció que la autora no logró dejar atrás su militancia política y sus evidentes deseos de denuncia.

O quizá, muy probablemente, no milite en ningún movimiento, pero el dolor, la represión, la catástrofe política, económica y social que advierte le ha ocurrido a su patria, sumado a los duros efectos del exilio, fueron sentimientos imposibles de evadir durante la escritura. No soy nadie para minimizarlos. Los trasmitió, con tanta pasión, ira, vehemencia y desproporción, que sentía leer una novela distópica.

Historia estructurada a base de idas al pasado, y regresos al sombrío presente. Novela de desarraigo, de pérdidas, de todo lo que se puede desvanecer: la identidad, la familia, el hogar, la paz.

Lectura que cuando menos a mí, me obligó a matizarla, buscando el equilibrio, que sentía perder, quizá por desconocer de la realidad, o por el pesimismo, o la exageración de Adelaida, único punto de referencia durante la lectura.

Concluyendo, si tienen otras lecturas retrasadas, mi recomendación sería: pónganse al corriente. “La hija de la española” para mí, resultó una decepción, quizá, por las altas expectativas que me crearon sobre una novelista que recién inicia.
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