Vaya pasmosa, asombrosa sorpresa que me llevé con la novela de Tom Kristensen, un autor que me era total, completa y absolutamente desconocido, cuya novela, “Devastación”, publicada originalmente en 1968 y editada en español por Errata natura 50 años después, me sumergió en un reto lector, del cual emergí saturado, colmado de sensaciones encontradas, después de atravesar por diversos estados, que pasaban de la conmoción al asombro, sacudido con tanta fuerza, que me obligaba a poner toda mi concentración en la lectura.

“Devastación” me la encontré arrinconada entre cientos de libros en la sección de Literatura Universal. Tomo único, lo compré más por curiosidad que por otras razones, y no de primer impulso. Cuando lo vi, lo saqué del estante, medio leí la sinopsis, lo dejé y seguí recorriendo la librería. Media hora después, ya en la fila para pagar, inquieto con lo que no llevaba en las manos, me salí, crucé la librería y regresé por ella. De vez en cuando mis intuiciones son muy afortunadas.

Autor danés nacido en Londres, Tom Kristensen (1893-1974) fue poeta, novelista, crítico literario y periodista. Es una de las principales figuras literarias danesas de la generación posterior a la Primera Guerra Mundial. Además de “Devastación”, su novela más reconocida, publicó tres libros de poesía y numerosos textos autobiográficos o de viajes.

Diez días me llevó su lectura. Normalmente una novela de 650 páginas me toma la mitad de ese tiempo. Pero “Devastación” no es una novela fácil. Es más, a ratos me incomodaba y la tenía que dejar. Pero créeme: ni por asomo era por fastidio, cansancio, aburrimiento. Pausaba la lectura, pero ansiaba regresar a ella.

La historia de la auto degradación de Ole Jastrau, un crítico literario en sus treinta, que trabajaba en uno de los diarios más importantes de Dinamarca me tenía atrapado, subyugado, pero a la vez, anhelando un poco de sosiego. Testimoniar su descenso a los infiernos, rehén del alcohol; atestiguar su caída gradual pero inexorable, su desamparo, su decadencia, no me resultaba fácil de digerir.

Nos encontramos en Copenhague, en los años 20 del siglo pasado. Ole, casado y con un hijo, vive una vida aburguesada y rutinaria de clase media reseñando libros para el periódico Dagbladet, hasta que una noche, un viejo conocido del ambiente nocturno y un joven desarrapado, hijo de un reconocido poeta, irrumpen en su casa en busca de refugio, pues la policía los busca por cuestiones políticas.

La extraña, rara, muy chocante influencia que el joven, poeta como su padre, ejerce sobre Ole, lo conduce a cuestionarse el sentido de su vida, considerándola vacía y sin incentivos; a objetar su monotonía, a sacar a flote su insatisfacción con su vida matrimonial, a mostrar su amargura, su desencanto; y palpas la maestría de Kristensen para crear esa ambientación, esa atmósfera, entre bohemia y decadente que arrastra a Ole, y a nosotros junto con él, hacia la destrucción de su vida.

Insisto: lectura incómoda, extraña. Por momentos me identificaba con el protagonista, para inmediatamente después considerar sus reacciones como inmaduras, por no decir francamente inverosímiles. ¿Sería debido a mi absoluta ignorancia sobre Dinamarca y la cultura danesa? ¿Brecha generacional, además de cultural? Ese vacío emocional de Ole, ese intenso y acusado deseo de hundirse, de destruir su vida matrimonial, familiar, profesional me provocaba sensaciones ininteligibles.

Relatada con una prosa medida, seca, producto, creo, de una excepcional traducción; con un narrador distante, muy frío, que prefería mostrar más que explicar o resumir, lo que ralentizaba el ritmo del relato, utilizando los diálogos y las acciones, evitando reflexionar sobre las razones, dejándonos a los lectores la tarea de ponderar, especular, meditar, deducir, comprender, adivinar las causas, motivos y sin razones del proceso autodestructivo de Ole Jastrau, “Devastación” es, aunque cueste su lectura, una gran novela.

Sé que habrá lectores que podrán considerarla cruda, lenta, cansada, excesiva en el número de páginas, inverosímil e incomprensible las acciones y reacciones de los personajes, y no soy nadie para contradecirlos ni desmentirlos. A mí, a pesar de lo que me costó su lectura, me fascinó. Descarnada, inquietante, molesta, retadora, “Devastación” me supuso un gran descubrimiento.

Retrato de una cultura y una época desconocida, su lectura me confrontó con muchos de mis demonios, pues funcionó a manera de espejo y lo que vi, pudo disgustarme. “Devastación” es, sin duda, una novela sobresaliente, notable, realmente relevante. ¡Te leo!