Sé que no lo saben. No tienen porque. Soy un voraz lector, que traga letras impresas en papel, y desde hace años, en la pantalla también. Leo de todo. Y cuando digo de todo, es todo lo que esté a mi alcance y lo que pueda comprar. Me levanto a las 5 y media de la mañana para leer el norte y milenio, compro todas las revistas habidas y por haber, desde proceso hasta TV Notas, pasando por Milenio, GQ, Quién, Caras, Hola, Nexos, Letras Libres, Expansión, Chilango, Gatopardo y todo aquello que se me atraviese cuando paso por la revistería, y lo hago, sin pudor, una o dos veces por semana.Y además, leo la mayoría de los artículos, notas y reportajes.
De libros, todos. Todo lo que pueda comprar y que me llame la atención. Hasta librería abrí, Literati – gran fracaso, pocos leemos aún en la tierra de la carne asada, la cerveza, los Tigres y los Rayados – y disfruté porque por primera vez, la gente cuando me veían leer, decían :“que trabajador”. Era mi “negocio”. La lectura se había convertido en trabajo, sin disminuir un ápice, el placer de trabajar leyendo. El mejor de los mundos. Normalmente a los lectores nos asignan el papel de huevones. El pretexto ideal de los que no leen, es : “no tengo tiempo”. Y curiosamente, a todos mis amigos, conocidos, colegas, compañeros que usan el pretexto, sé que se la pasan en el Fut, en la cantina, en los casinos, en fin. Son gente trabajadora del norte. No hay tiempo para leer. Eso es, para huevones.Ni modo.
Desde hace unos años, mi hermana y mi hija Estefanía, me hablaban de un escritor del Japón, Murakami, y se les caía la baba recomendándome que lo leyera. Empecé a comprar sus libros, pero no me animaba. A mí, que me encanta la literatura latinoamericana, pensaba que no podría entender a los japoneses. Craso error. Somos iguales. Y Murakami se merece todos los elogios y las grandes ventas que han logrado sus novelas. Dense un tiempo. Vale la pena.