
En uno de estos días, bicheando por YouTube, me encontré con el podcast “Epicanto: un podcast sobre los oficios del libro”. Entré por simple curiosidad, por andar de novedoso, y me atrapó no tanto por los conductores —a quienes se les notaba la inexperiencia— como por la entrevistada: Luna Miguel. De ella ya había escuchado o leído algo, no sé bien dónde; no lo tenía claro, pero sí tenía ganas de conocerla mejor. Y lo que me mantuvo hasta el final del episodio fue su trabajo en Penguin Random House: scout literaria y editora.
He leído varios libros sobre la vida de editores y sobre el oficio en sí, y en ellos entendí que su trabajo no consiste en ir por la vida cazando manuscritos: los textos llegan, y llegan en cantidad. Por eso la labor de Luna me pareció especialmente creativa —y necesaria—. Ella la describe como una “escucha” constante: intuición y curiosidad trabajando a la par para detectar nuevas voces en espacios digitales, redes sociales y fanzines.
Dicho así, descubrir autores hoy se parece menos a un golpe de olfato editorial y más a un ejercicio de atención: tener las antenas puestas, reconocer patrones, notar qué voces empiezan a repetir un tono propio, incluso cuando todavía están en fase de prueba. Y en ese mapa, las redes sociales no son solo vitrinas: son laboratorios. Lugares donde una voz ensaya, conversa, se corrige, se afila. El trabajo del scout, dice Luna, es traducir lo que ocurre en internet —y también en la calle— para quienes toman decisiones desde una oficina.
En resumen, descubrir nuevas voces en medio del ruido digital es como ajustar el dial de una radio antigua: hace falta paciencia para filtrar la interferencia hasta que una melodía distinta logra escucharse con claridad. Por muchas razones, Luna Miguel me resultó una mujer fascinante.
Y como un libro te lleva a muchos más, un podcast sobre libros hace lo mismo. En cuanto terminó el episodio, me compré su ensayo “Leer mata”, en una bella edición de Almadía, del que quiero platicarte; sobre todo si eres lectora o lector que no solo lee: vive leyendo. Si alguna vez un libro te desacomodó el día, te robó horas de sueño o te cambió el humor, vas a entenderlo de inmediato. Si tú lees con intensidad, con hambre, con esa mezcla de placer y culpa… aquí vas a encontrar un espejo.
Te advierto algo desde ahorita: si esperas un libro que te reafirme como “buena lectora”, este no es. A menudo, la literatura sobre libros tiende a la idealización: el refugio seguro, la elevación moral, el placer intelectual puro. “Leer mata” va por el camino contrario. No viene a darte una palmada en la espalda; te toma el pulso. Y su idea —incómoda, pero tremendamente honesta— es que la lectura, llevada al extremo, puede volverse un exceso capaz de desarmarte: mover la identidad, trastocar rutinas, reordenar la vida cotidiana.
El corazón del libro, para mí, está en que funciona como un espejo incómodo. Luna Miguel no te habla de “la lectura” en abstracto: te pone frente a una lectora —“Ella”— y frente a su amante —“Estudioso”—, y durante un verano de lecturas intensas te deja ver lo que pasa cuando leer deja de ser hobby y se vuelve forma de vida… o forma de fuga.
Lo más interesante es que aquí la experiencia lectora se clasifica no tanto por lo que lees, sino por “cómo” lees. Y eso te mete en problemas, porque de pronto empiezas a reconocerte. Está la lectora que devora a Chéjov o a Lorca con ansiedad, como si el siguiente libro fuera a resolver algo; la que lee hasta que el cuerpo truena; la que lee por amor, por obediencia, por sumisión, por puro impulso. Y entonces aparece la pregunta incómoda: ¿leo por placer o leo por compulsión? ¿Estoy disfrutando o estoy tratando de llenar un hueco?
Y aquí viene uno de los golpes del ensayo: el cuerpo. “Leer mata” insiste en la parte material del acto de leer: leer no es una nube intelectual; es algo que cuesta dinero, que altera el sueño, que retrasa comidas, que te roba horas. La escena de la lectora con conjuntivitis y la vida descompuesta por culpa de “Ulises” baja a tierra la imagen romántica del lector puro y etéreo.
En ese sentido, la lectura aparece como vicio. Como otras adicciones, tiene su lado luminoso —te salva, te acompaña, te protege del tedio—, pero también te cobra un peaje físico y social. Y lo mejor es que Luna no se sube a un púlpito: usa la autoficción para exhibir sus propias manías, y de paso enlaza leer con deseo, con coquetería y con algo que no siempre queremos ver: el privilegio de clase que permite comprar tiempo, libros y canon.
Estilísticamente, además, el libro se siente híbrido: por un lado hay referencias (Benjamin, Cixous, Glantz), y por otro una voz confesional, casi diarística. Como si te dijera: no solo somos lo que vivimos; también estamos hechos —en buena medida— de lo que hemos leído.
“Leer mata” no es un himno al lector; es una radiografía de la lectora. Me pareció un texto esencial para desromantizar la relación con los libros. Luna Miguel sugiere que leer es un riesgo —un “peligro” necesario— que atraviesa la carne. Y a quienes no leemos “por ratitos”, sino con hambre y con exceso, este ensayo nos pone enfrente una verdad incómoda: la lectura no siempre es refugio; a veces es empuje, a veces es fuga, a veces es una forma de desordenarnos la vida para volver a armarnos de otra manera. ¡Te leo!