Muchos años tardé en iniciar la lectura de ‘En busca del tiempo perdido’. Pero no importa. A Proust le llevó casi toda su vida comenzar a escribirla, porque nunca estuvo seguro de poder hacerlo hasta el momento mismo, relativamente tardío, en que comenzó, después de haber encontrado una de las primeras frases más breves y célebres de toda la historia de la literatura: ‘Durante largo tiempo me he acostado temprano.’

Nadie me la recomendó en mi adolescencia y juventud, y ni siquiera estoy seguro de haber conocido su existencia. Era un ávido lector como lo soy ahora, pero entonces era más disperso, menos selectivo y tenía menos dinero, información y educación literaria. Leía los bestsellers que podía comprar, los que me prestaban los padres de mis amigos, los que traía a casa mi papá, los que me prestaba Susy o los que tomaba prestados de la revistería de mi mamá. Leía mucho, o al menos más que nadie que conociera, pero en mi entorno, era improbable que me encontrara con la novela. Ya de adulto, y conocida su fama, la evitaba conscientemente. El caso es que, pasados algunos años desde que compré la versión de Alianza Editorial, pensé que había llegado el momento y, muy decidido, me lancé a la lectura.

Qué inicio tan desalentador: pasaba las páginas y, más que sumergirme en la historia que leía, pensaba en los numerosos comentarios que había leído sobre las dificultades que enfrentaban los lectores al leer “En busca del tiempo perdido”, la monumental obra de Marcel Proust, considerada por muchos críticos como la mejor novela del siglo XX. Me encontraba luchando con el texto: párrafos de una, incluso dos páginas interminables, compuestos por oraciones enmarañadas, laberínticas y extensas, que desafiaban mi ego como lector, así como mi concentración y comprensión de lo que estaba leyendo. El peso del libro no ayudaba. Estaba tan desesperado que incluso lo pesé en la báscula de la cocina: ¡1 kg y algunos gramos más! Incómodo, suspendía la lectura para descansar los dedos, los ojos y la mente. Recordaba mi mantra de triatleta: paciencia y resistencia, Humberto, mientras recordaba que Proust se tomó literalmente toda su vida para escribir “À la recherche du temps perdu”.”

Fue una lucha encarnizada, una lectura a ras de colchón tan dura que pedí tiempo varias veces para descansar activamente, leyendo dos novelas de Agatha Christie y un libro infumable de una supuesta entrevista a un expresidente mexicano que no vale la pena ni mencionar. Finalmente, 9 días después de haber comenzado, terminé “Combray”, la primera parte de “Por el camino de Swann”, y un tanto desmotivado, continué con la novela. Pero no pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que algo había cambiado: mi lectura fluía, la historia me atraía, y estaba tan enganchado a la segunda parte, “Unos amores de Swann”, que empezaba a disfrutar la historia de Charles Swann.

Swann es un personaje complejo y fascinante, un aristócrata parisino que pertenece a la alta sociedad de la época. Es descrito como un hombre inteligente, sensible y refinado, con un profundo gusto por el arte y la cultura. Sin embargo, también es retratado como alguien atormentado por sus propias emociones y sus relaciones personales, especialmente su complicada historia de amor y celos con Odette de Crécy.

Tan atrapado me encontraba que ya no necesitaba descanso. Empecé a comprender que la prosa de Proust, con sus frases largas y embrolladas, repletas de descripciones detalladas, era necesaria para describir y así permitirnos entender sus reflexiones profundas sobre la vida, el arte y el paso del tiempo. No diré que de repente todo se clarificó; al contrario, en ocasiones tenía que buscar respuestas a mis dudas en internet, como ocurrió con el tema del tiempo y del narrador. Al comenzar su historia, la inicia con un Charles Swann ya casado con Odette de Crécy, convertida en una señora más o menos respetable. Y es que, a diferencia de la mayoría de las historias de la obra, la de “Un amor de Swann” ocurrió años antes del nacimiento del narrador. En la tercera parte, el narrador nos habla de su amor por la hija de Swann y Odette. En la novela hay algunos saltos en el tiempo que te dejan con algunas dudas, que supongo se aclararán en las siguientes entregas.

La novela aborda diversos temas, pero lo que realmente me impactó fue la forma en que Proust nos muestra el nacimiento y la evolución de los celos, esa dependencia, esa enfermiza obsesión amorosa en Swann. Para mí, este sentimiento es central en “Por el camino de Swann”, ya que la relación entre Swann y Odette está marcada por la intensidad de este suplicio. Los celos, su obsesión y su tormento son temas recurrentes a lo largo de la segunda parte de la novela, explorando cómo afectan tanto a Swann como a su relación con Odette. Es fascinante cómo Proust analiza este sentimiento desde diferentes ángulos, mostrando su influencia en la percepción de uno mismo, en las relaciones personales y en la propia identidad.

Además de exponer temas universales como el arte, especialmente la música, que merece un análisis aparte, el amor y los celos, “Por el camino de Swann” también ofrece una mirada perspicaz a la sociedad francesa de la época. Proust critica sutilmente las convenciones sociales y la hipocresía de la alta sociedad parisina, al tiempo que celebra la belleza y el esplendor de su mundo.

Esta primera parte de “En busca del tiempo perdido” me resultó un viaje con una partida accidentada, pero que, alcanzando velocidad de crucero, se volvió placentero. No sé si me alcanzará el tiempo para terminar “En busca del tiempo perdido”. Marcel Proust la escribió entre 1908 y 1922, y las siete partes fueron publicadas entre 1913 y 1927, de las cuales las tres últimas son póstumas. Hoy me siento seguro de que voy a continuar con la lectura, pero distribuida a lo largo de los próximos años. Quizá en 2024 concluya con “A la sombra de las muchachas en flor”. Después, ya se verá.¡Te leo!